Sumisión. El presidente de la Generalitat, Quim Torra, después de entrevistarse con Carles Puigdemont en Berlín, ha decidido no asistir a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona para no coincidir con el rey Felipe VI. Se trata de un feo al monarca y jefe del Estado, pero también a la propia ciudad provincial, y a su alcalde socialista Josep Fèlix Ballesteros, en un momento en el que el Gobierno de Pedro Sánchez ha dado muestras de ofrecer un diálogo productivo.
Torra no quiere ejercer de presidente, prefiere ser el guardián de las esencias de Puigdemont. Y, después de algunos día de duda, ha decidido plantar al Rey con el argumento de que el monarca no ha rectificado sus palabras del 3 de octubre, cuando, tras el referéndum del 1-O, dio luz verde para que el Gobierno aplicara el 155, lo que implicó la destitución de todo el gobierno catalán.
Gestos simbólicos
El mandatario catalán había asegurado que tomaría una decisión este mismo viernes. Y ha preferido mantener los gestos simbólicos para contentar al sector independentista más reacio a iniciar una rectificación, tal y como le pide una buena parte del PDeCAT y de Esquerra Republicana. El gesto le sirve para mantener una cierta tensión, que contrasta con el rechazo a tomar iniciativas que realmente impliquen una ruptura con la legalidad.
Lo que prima ahora en Torra es la retórica frente a los hechos; el gesto y la palabra, frente a las decisiones, pero que, en lugar de significar una aproximación real y una adaptación a la nueva situación, con el cambio de gobierno en España, lo que crea es un mayor malestar y la sensación, por parte del Ejecutivo de Pedro Sánchez, de que el independentismo no quiere salir de su cueva.