El Govern de la Generalitat tiene un problema muy serio. La voluntad de una parte del Ejecutivo, la que está en manos de Esquerra Republicana y del PDeCAT, de buscar acuerdos con el nuevo Gobierno, de iniciar una nueva etapa, será boicoteada por los irreductibles del independentismo, que quieren, a toda costa, que Pedro Sánchez fracase.
Se trata de gurús, desde el ámbito mediático, como Pilar Rahola, y desde el interior de Junts per Catalunya, como Agustí Colomines, y también desde las entidades soberanistas, como la ANC, con su presidenta al frente, Elisenda Paluzie, un bastión de la “república proclamada” el 27 de octubre, y que pide “perseverancia” para derrotar al Estado. Y con el presidente Quim Torra totalmente desorientado en el Palau de la Generalitat, como custodio de Carles Puigdemont.
"Estado profundo"
Esas contradicciones dentro del independentismo serán constantes a partir de ahora. Los irreductibles han saltado con virulencia contra la moción de censura de Pedro Sánchez. No tanto por dejar atrás a Mariano Rajoy –aunque estratégicamente al independentismo le podía interesar que siguiera en el Gobierno—, sino por la falta de exigencias por parte del PDeCAT y de ERC para votar su investidura.
Las soflamas son continuas, y con una gran irritación. Rahola recoge las indicaciones de Carles Puigdemont, que sigue llevando la voz cantante de todo el movimiento. Y asegura que lo que ha ocurrido con Sánchez es “una operación del Estado profundo, con la idea de reforzar el bipartidismo”, dejando en la estacada al independentismo, que deberá ceñirse, de nuevo, a la vía autonómica. “¿No ha sido un gran engaño?”, se preguntaba este sábado en el programa FAQS de TV3. Con un discurso perfectamente argumentado, de corrido, sin un ápice de autocrítica, Rahola sostuvo que no cambiará nada y que el Gobierno de Sánchez será poco menos que una operación de maquillaje.
Mear sangre
Todo eso incide en el colectivo independentista, en las “bases” del movimiento, como expresa el historiador Agustí Colomines, estratega de Puigdemont y ahora de Quim Torra, un presidente que, a menos que cambie de posición en los próximos meses, no quiere ser otra cosa que una correa de transmisión del vecino de Berlín.
Colomines, con su tribuna periódica en El Nacional, reclama que todo el movimiento se aglutine en torno a Junts per la República, una entidad cívica que él mismo ha ayudado a constituir, dentro de Junts per Catalunya, de cara a las elecciones municipales del próximo año. En ese momento, “es necesario que, como en 1931, Cataluña se levante republicana e independentista” y busque la ruptura con el Estado. “Sólo si la sociedad civil se decide a presentarse a las elecciones con el acuerdo o sin el acuerdo de los partidos tradicionales, el soberanismo hará mear sangre al Estado y a los unionistas”. La consigna es clara: "El soberanismo está perdiendo la oportunidad de aprovechar la crisis de Estado que ha llevado a cambiar a Mariano Rajoy por Pedro Sánchez".
Estado represor
Ese es el grado de exaltación de una parte del independentismo, que no quiere acuerdos, ni volver a la legalidad de un estado autonómico. Que cree que no hay autogobierno posible si no se constituye un nuevo estado, y que quiere que fracase por completo lo que pueda intentar Pedro Sánchez junto al PDeCAT, ERC y el PSC. Es el cuanto peor, mejor.
La pata, en todo ese flanco, que completa ese sector irreductible es Elisenda Paluzie, la presidenta de la ANC, presente en la movilización social de este fin de semana en el País Vasco, que ha copiado el llamado “derecho a decidir” de los independentistas catalanes. Paluzie tiene capacidad de agitar a la ANC, a los militantes de todo el territorio catalán, que escuchan a Rahola y leen a Colomines, y que viven en su particular mundo, en el que España es un “Estado represor”, y Sánchez un mero “salvador” del Estado y del bipartidismo.
El triunfo de Sánchez
Con esta presión, el Govern de Torra lo tiene complicado. La pieza de Puigdemont en ese ejecutivo, al margen de Torra, es Elsa Artadi, que insiste en que el independentismo se debe al 1 de octubre y al 27 de octubre, y en que se debe “constituir la república”. La CUP presiona en esa dirección, y, atrapado, se encuentra el vicepresidente del Govern, el republicano Pere Aragonés, que, pese a la retórica, quiere demostrar que Esquerra puede gestionar un bueno gobierno a medio y largo plazo y ser la fuerza hegemónica, con el horizonte de la independencia, pero como el PCE tenía como objetivo una sociedad igualitaria.
También está en esa posición el PDeCAT que dirige Marta Pascal, y que ha logrado sacar la cabeza, con sus hombres en Madrid, Carles Campuzano y Jordi Xuclà. Pascal intentará ahora ganar un pulso dentro de su propio partido. Los irreductibles, sin embargo, empujan en dirección contraria.
Para el PSOE y el PSC se trata de un grave impedimento, porque dificultará llegar a acuerdos, pero es también la prueba de su movimiento disruptivo: Sánchez ha logrado que aparezcan todas las contradicciones internas en el independentismo, provocando esas arengas a voz en grito de Rahola, o esos excesos de Colomines.