Es otro Pedro Sánchez. Esa frase se repite una y otra vez por su entorno y los dirigentes socialistas que han lidiado con él en los últimos años. También lo han visto así los empresarios que han asistido a las jornadas del Círculo de Economía en Sitges. Y por ello le han ofrecido “confianza”. Pero el ya presidente del Gobierno lo tiene muy complicado para evitar unas elecciones anticipadas. Sin embargo, el plan lo tiene claro. Se trata de un acuerdo “nacional”, entre el núcleo de fuerzas políticas que han votado la moción de censura contra Mariano Rajoy, para implementar un “goteo de medidas” sociales y llegar, como quien no quiere la cosa, hasta 2020.
El propósito es firme, aunque escandaliza a los veteranos del PSOE, que no lo ven posible, primero porque siempre se acaban produciendo errores domésticos, y con los posibles socios, pero, principalmente, porque creen que Ciudadanos llevará al PP, y el PP a Ciudadanos, a una oposición dura, cerrada, que podrá ser asfixiante contra Sánchez.
Ábalos y Borrell
El presidente del Gobierno prometió este sábado su nuevo cargo, sin crucifijos ni Biblias. Y eso fue también un gesto, dentro de la política posmoderna, que fue bien recibida por una sociedad cada vez más cómoda en un laicismo sin compromisos. Con la necesidad de preparar ahora un Gobierno fuerte, monocolor, con dos piezas fundamentales que serán José Luis Ábalos y Carmen Calvo, según las fuentes consultadas, --y con otras tres posibles, Jordi Sevilla o David Vegara, en el equipo económico y Josep Borrell como responsable de Exteriores y el hombre de enlace con Europa-- Sánchez se basará en un programa social que no altere las partidas del presupuesto. ¿Difícil?, ¿tolerable por sus socios, por Podemos, por ejemplo?
El núcleo al que se quiere dirigir Sánchez pasa por el PDeCAT, el PNV, Esquerra y Podemos. Y para iniciar su andadura comenzará por derogar las leyes del PP que, de hecho, toda la cámara parlamentaria rechazaba, como determinados artículos de la Ley de Seguridad, conocida como Ley mordaza. Otra cuestión esencial, en la que tendrá apoyos suficientes es la elección parlamentaria del consejo de administración de RTVE. Seguirá en ese plan una ley para convertir las becas en un derecho; además de impulsar y completar la universalidad de la sanidad pública. Y promoverá políticas encaminadas a derogar también lo que se llamó como el impuesto al sol, o la penalización de las energías renovables.
Pedro Sánchez / PEPE FARRUQO
Todo ello de forma escalonada, garantizándose las mayorías. El paquete social incluye más medidas, como la ley que asegure la igualdad de género en el mercado laboral, o una ley de igualdad salarial entre hombres y mujeres. Se trata de seguir una línea que mantienen los partidos de izquierda en los países occidentales y que siguen la idea del investigador norteamericano, Mark Lilla, de que el progresismo se ha especializado en medidas para colectivos para no entrar en un conflicto frontal contra el sistema económico. En España el pionero fue Rodríguez Zapatero, y en el caso de Sánchez, al margen de si ese es su verdadero proyecto o no, el caso es que no podrá hacer otra cosa. Porque el presupuesto aprobado por el Gobierno del PP, con el apoyo del PNV, no se lo permite, y porque el primer compromiso que ha adoptado el propio Sánchez es el de cumplir con la Comisión Europea.
Con ese camino, sin irritar a la oposición, cumpliendo con la Unión Europea, el entorno del nuevo presidente cree que puede preparar el terreno para llegar a 2020 como candidato del PSOE bien pertrechado de cara a las urnas.
Cataluña, sin tocar el violín
En lo que se basa Sánchez es que ninguno de los socios potenciales quiere ahora elecciones. El adversario común se llama Albert Rivera, y todos están dispuestos a ganar tiempo. Eso sobre el papel, claro. Siempre surgen imponderables.
Porque lo más urgente, lo realmente grave, es el caso catalán. Sánchez no pretende “tocar el violín”, como coloquialmente se entiende un relato sin demasiada convicción, pero tampoco está dispuesto a cambiarlo todo de la noche al día, al margen de que sabe que es imposible. Su idea es aproximarse a Cataluña, con la ayuda de Miquel Iceta, que lo querría de ministro casi exclusivamente para esa misión, y establecer un doble plano: diálogo directo con el presidente Quim Torra, aunque exigiéndole que sea un interlocutor real –sin necesidad de que, por debajo de la mesa conecte su Tablet con Carles Puigdemont, vía Berlín-- y esperar que el día a día del nuevo Govern de la Generalitat haga aflorar a los hombres y mujeres independentistas más pragmáticos. A su favor ya tiene a los diputados del PDeCAT y a dirigentes de Esquerra como Joan Tardà que conoce a la perfección a los socialistas. Todo ello aderezado con el aliño de José Montilla, dispuesto, desde su escaño en el Senado, a facilitar las cosas.
Anclaje con Bruselas, por favor
Con ello, ¿qué puede conseguir Sánchez? Rebajar la tensión, gestionar el día a día, tener algún gesto, facilitar leyes que se consideren beneficiosas para el conjunto y que no trastoquen lo presupuesto. En ese sentido será clave ver cómo encaja el propósito de Torra de recuperar leyes de carácter social --que, aprobadas en el Parlament por la mayoría independentista, fueron recurridas por el Gobierno del PP ante el Constitucional-- con la voluntad del Gobierno de Sánchez de facilitar el entendimiento.
Los veteranos del PSOE, alejados de Sánchez en su momento, admiten ahora que la situación ha derivado a la actual por las grandes carencias de Mariano Rajoy. Y, ya sin ánimo de obstaculizar nada, pero sí con la idea de ser realistas, piden algunas cosas que harán llegar a Sánchez: “gobierno con fuerte personalidad, y anclaje con Bruselas”.
Sólo de esa forma, y siempre pendientes de cómo reaccione el PP y Ciudadanos, Sánchez podría llegar a 2020. Un reto.