Pedro Sánchez es presidente del Gobierno tras una moción de censura que, en realidad, tenía otro objetivo, el de “retratar” a Ciudadanos y “parar” su ascenso meteórico en las encuestas. Pero una vez en la Moncloa, Sánchez deberá hacer auténticos malabarismos para aguantar en el poder, y, principalmente, para presentar un paquete de medidas que pueda ofrecer a la ciudadanía como futuro candidato del PSOE en las próximas elecciones. La base que, según fuentes socialistas, quiere utilizar Sánchez es el grupo del PDeCAT en el Congreso, formado por convergentes de toda la vida, como Carles Campuzano y Jordi Xuclà. Con ello, y con la coordinación a cargo, previsiblemente, de Patxi López, y la dirección de Miquel Iceta, se pretende “pacificar” Cataluña, que se entiende como uno de los problemas esenciales de España.
Esa es la voluntad, pero sin grandes aspiraciones para solventar la cuestión de fondo, a no ser que el bloque independentista renunciara al derecho de autodeterminación, que se ha convertido en el mantra de una parte de la sociedad catalana, pero que no tiene encaje en la arquitectura constitucional española.
El pilar de los exconvergentes
En esa cuestión, Sánchez deberá lidiar con el grupo del PDeCAT, que quiere, de una vez, hacer política, pero también con Esquerra Republicana. Al nuevo presidente del Gobierno le pueden beneficiar las dudas internas del independentismo, y de ERC en particular, obsesionada con poder gobernar al frente de la Generalitat y con demostrar que tiene equipos y cargos para ser eficaz en el campo de la gestión.
Pero la retórica pública será otra. Y de eso deberá ser consciente Sánchez: convivir sin ataduras con los independentistas, pero demostrando que puede ser capaz de recuperar colaboración, con un horizonte que pasa por recuperar el Estatut de 2006, o por reformularlo con un nuevo referéndum. Pero no más.
Los hombres del PSC
Para ello, Sánchez quiere contar con varias figuras del PSC, que en su esquema de gobierno será un pilar básico. En su lista de nombres figura Carles Ruiz, alcalde de Viladecans (Barcelona), que fue quien le apoyó en Cataluña desde el primer momento. También figuran José Zaragoza, a pesar de las diferencias iniciales, y Àngel Ros, alcalde de Lleida. Uno de ellos podría ser el nuevo delegado del Gobierno en Cataluña. Y, por supuesto, con Miquel Iceta, llamado a jugar un papel fundamental en Madrid, aunque el primer secretario del PSC no querría abandonar –ni podría, según distintas fuentes— el Parlament. También será esencial, dentro del Gobierno o fuera, Josep Borrell.
La otra carta con la que quiere jugar Sánchez es Podemos, que no pasa, precisamente, por sus mejores días. Esa es la baza del líder del PSOE, que se apoyará en los diputados de Unidos Podemos para sacar adelante leyes como la de RTVE, o la de equiparación salarial entre hombres y mujeres, o aplicar en toda su extensión la ley de violencia de género. Con Podemos, además, Sánchez quiere aprovechar toda su potencialidad a través de sus confluencias, con hombres como Joan Baldoví, dirigente de Compromís, que sostiene al socialista Ximo Puig en Valencia. Se trata de una comunidad básica ahora para el PSOE, con el PP en el peor momento, y que reclama un nuevo sistema de financiación, recogiendo el tradicional papel de Cataluña como arrastre de todo el modelo autonómico.
Vascos, en Madrid y en Bilbao
La relación con el PNV se cuidará a fondo. Los socialistas vascos han aprobado los presupuestos del Gobierno vasco en Euskadi, y son determinantes en las diputaciones forales. Esa relación interesa ahora a las dos partes. El hombre es Aitor Esteban, que, a su vez, tiene una inmejorable relación con los convergentes Xuclà y Campuzano.
Y en cuestiones sociales, el PNV es un partido avanzado, con políticas inspiradas en la tradición democristiana, aunque es cierto que gracias al concierto económico. Aunque fuera una buena salida para vender mejor las grandes mejoras en inversiones que lograron con el presupuesto acordado con el PP, el PNV supo introducir en las cuentas un aumento de las pensiones acorde con el IPC y el retraso en la entrada en vigor del factor de sostenibilidad --que implica un recorte en las nuevas pensiones— hasta 2023.
Con todo ello, y los presupuestos aprobados para este año, Sánchez pretende aguantar, como mínimo, hasta junio de 2019, con las elecciones autonómicas y locales.
El Senado como freno
Sin embargo, cualquier medida que ponga en marcha, con ese difícil equilibrio entre el apoyo independentista y la izquierda de Podemos –que ya no está en tesis maximalistas, como ocurría en 2015 y 2016— podría tener un stop insalvable en el Senado, con mayoría absoluta del PP.
Sánchez, en realidad, debe hacer equilibrios, como un malabarista, para sumar mayorías, pero todo dependerá también de la oposición que quieran impulsar el PP y Ciudadanos. Si se produce un bloqueo y una bronca constante, a la que entrarán los nuevos socios de Sánchez, las nuevas elecciones serán inevitables.