Poco se sabe de él. Tiene poca vida social y no está adscrito a ninguna asociación judicial. Quienes le conocen, sin embargo, le sitúan en la órbita más conservadora de la judicatura. Hace un año, Juan Antonio Ramírez Sunyer recibió en su despacho las querellas presentadas contra el exmagistrado Santi Vidal y contra el exjuez del Tribunal Constitucional Carles Viver Pi-Sunyer.

Ramírez leyó los textos, descolgó el teléfono y llamó al teniente coronel jefe de la policía judicial de la Guardia Civil de Cataluña, Daniel Baena. Empezaba la llamada Operación Anubis, la investigación sobre lo que entonces eran los prolegómenos del anunciado de referéndum del día 1 de octubre.

Dos jueces, dos estilos

Ramírez es uno de esos jueces que hablan a través de sus autos y rehúyen más protagonismos. La Guardia Civil está encantada con él y él con ella. Son un tándem armónico. De hecho, a Ramírez le gusta trabajar en equipo porque, en cierta medida, también trabaja codo a codo con el magistrado Pablo Llarena, instructor desde el Tribunal Supremo del llamado caso del procés.

La investigación que se sigue en el juzgado de instrucción número 13 y la que instruye el Supremo son vasos comunicantes. La información fluye entre ambos, según las defensas, incluso de formas no ortodoxas. Donde no llega uno, sí llega el otro: Llarena en el escaparate mediático; Ramírez, desde la cocina.