Bajan las escaleras del Parlament. Se ha declarado la independencia. Con la boca pequeña, sin ningún triunfalismo. Saben los que les espera. Carles Puigdemont y Oriol Junqueras se miran, pero ya no se hablan. Se ha acabado. Ya no volverán a comunicarse. Es la tarde del 27 de octubre. Desde ese momento, la desconfianza en el seno del independentismo se incrementa, y ahora, con la posibilidad truncada de investir a Jordi Turull como presidente de la Generalitat para mantener el pulso con el poder judicial, la parálisis y la falta de rumbo son totales.
La improvisación es constante, aunque exista un patrón que se había dibujado por parte de Junts per Catalunya, y que pasaba por presentar candidatos con causas judiciales abiertas hasta comprobar cómo el Gobierno o el poder judicial los acababa invalidando. Esquerra, reacia a esa estrategia, no ha sabido ni ha podido impedirla. Surgieron los reproches sobre lo que cada uno hizo los días previos a esa declaración, sobre por qué Puigdemont no convocó elecciones el día anterior. Sobre por qué presionaron más de lo debido los republicanos.
Sin guías, sin proyectos
Y el gran objetivo de cada una de las direcciones de las dos fuerzas políticas era presentar a la contraria como la culpable de la falta de arrojo, o de la falta de sentido de la realidad. La política catalana está totalmente condicionada por esa rivalidad, por esa lucha por la hegemonía política, hasta un punto enfermizo.
Ahora, a la espera de lo que suceda el viernes con el procesamiento de Jordi Turull, y con una segunda sesión pendiente en el Parlament, tras la negativa de la CUP a apoyar su investidura en la sesión de este jueves, el independentismo deberá repensar otra vez qué camino quiere seguir. Pero no hay guías, no hay proyecto, ni apenas ganas para pensar en cómo salir de esta situación. Sólo acusar al Estado.
Filtraciones interesadas
La desconfianza es tan grande que los dos partidos, el PDeCAT y ERC --el primero subsumido en la lista de Junts per Catalunya, que controlan los fieles a Carles Puigdemont—, se acusaron de filtraciones y de comentarios interesados. Uno de ellos sostenía que la renovada Convergència bloquearía la investidura de Turull, con la abstención de algunos diputados. Mientras que el PDeCAT insistía en que no haría otra cosa que apoyar a un dirigente que, precisamente, es uno de los más identificados con lo que fue Convergència, aunque no le guste el camino trazado por Puigdemont.
Esa bronca y desconfianza se ha trasladado al ámbito social, y a las entidades soberanistas, en la ANC y en Òmnium Cultural. Esquerra lleva años sosteniendo que la ANC ha sido frenada y controlada por los hombres de Artur Mas, y fijan su mirada en Jordi Sànchez, que sigue en prisión. Y en el PDeCAT se sostiene todo lo contrario, al denunciar operaciones con listas de Esquerra para controlar las recientes elecciones al secretariado.
Las elecciones, en el horizonte
En ese clima, ¿cómo sería posible un gobierno conjunto en la Generalitat? La lucha se recrudece porque en Junts per Catalunya se ha producido un movimiento interno, que desea orillar definitivamente al PDeCAT, para buscar un instrumento político más ambicioso y transversal, a partir de la inspiración de Carles Puigdemont. Eso lo sabe Esquerra, con las elecciones municipales en el horizonte.
Ahora, con la primera votación en la sesión de investidura, que no servirá para elegir a Turull como presidente antes de su visita al Supremo este viernes, se abre un periodo de dos meses para buscar a otro candidato.
Sin la renuncia a las actas de diputado de Puigdemont y Toni Comín, que se encuentran en Bruselas, el bloque independentista no podrá elegir a otro candidato. No podrá hacerlo en la segunda votación del pleno que se inició este jueves, con lo que se inicia una cuenta atrás para las elecciones, si se mantiene esa total desconfianza que les lleva a la parálisis, a Junts per Catalunya y a Esquerra, pero también al propio autogobierno de Cataluña, que sigue bajo el manto del 155.