Una apuesta personal por “la más bella, la más natural...y la más difícil de las quimeras”. Agustí Calvet, Gaziel, buscó un punto de encuentro que no era posible en la España previa a la Guerra Civil, y que ya no lo sería hasta la transición de 1978: la posibilidad de un autogobierno de Cataluña, en una España democrática, que reconociera su pluralidad interna. Él iba más lejos en aquel momento, porque albergaba el deseo de que Portugal también formara parte de esa “quimera” peninsular, como gran admirador del país y de escritores como Eça de Queiroz.
El periodista, con un papel prescriptor, con voluntad de influir y de contribuir a encauzar el llamado “pleito” catalán, escribió en el periódico El Sol un centenar de artículos entre 1925 y 1930, --bajo la dictadura de Primo de Rivera-- un periodo en el que Gaziel era uno de los directores de La Vanguardia. Invitado por el El Sol, el diario editado por Nicolás María de Urgoiti, inspirado por José Ortega y Gasset, (hoy en día la sede del diario, en la calle Larra, 14, alberga la Fundación Diario Madrid) Calvet tenía la oportunidad de dirigirse directamente a los lectores de Madrid para que pudieran leer qué se aportaba desde Cataluña. Según Gaziel, “este gran diario goza fama de ser el más comprensivo de España, el único quizás donde el pensamiento y el sentimiento catalanes hallan, al sur del Ebro, la acogida respetuosa y la consideración que merecen como otros cualesquiera”. Así se recoge en el prólogo de Francesc Marc Álvaro del libro ¿Seré yo español?, con la edición y notas de Narcís Garolera, (Península) y que agrupa todos aquellos artículos. El expresidente Carles Puigdemont, desde Bruselas, podrá leer artículos muy actuales, que le pueden llevar a la reflexión.
El proyecto de Castilla
Su obsesión es clara. Gaziel ofrece mesura y hondura en sus reflexiones. También perseverancia, con un punto agudo sobre las cuestiones que no puede entender. Entra de lleno en la política de entreguerras, en la dicotomía Europa-América, pero, fundamentalmente, en los problemas de lo que se ha conocido como “encaje catalán” y, más tarde, como “acomodo en España”. Su idea es que Castilla no ha permitido esa convivencia, por su naturaleza imperial. El catalanismo bebió de esa consideración, la de que Castilla había desarrollado y formado España a su manera, dejando de lado la aportación catalana, ignorándola o despreciándola. Todavía hoy esa visión sigue vigente, sin pensar en la evolución posterior, en los 40 años que se cumplirán este diciembre tras la aprobación de la Constitución, que es el intento más exitoso de pasar página a todos los recelos, insatisfacciones y grandes errores del pasado.
Esa sería la lección, la reflexión profunda de un conjunto de artículos si se leen al calor de la experiencia. Gaziel, ¿podría sentirse satisfecho ahora? ¿Se alcanzó un punto de encuentro en el que el catalanismo pudiera decir que alcanzó sus objetivos? En una situación en la que Cataluña no tiene gobierno, en la que el Gobierno del Estado cesó a sus consejeros y a su presidente, esa idea puede quedar fuera de lugar, pero quedaría también la reflexión de Gaziel sobre cómo la política catalana se fue enredando desde la elaboración de un nuevo Estatut y las decisiones unilaterales tomadas en los últimos meses de 2017.
Catalanidad y catalanismo
Gaziel se siente español, un español que no puede ni quiere renunciar a su catalanidad. ¿Es eso posible en estos momentos? Lo que pretendía el periodista, que se vio forzado a un exilio interior, a una vida discreta y oscura en Madrid, tras la Guerra Civil, profundamente amargado por la decisión de los países aliados de no intervenir en España y permitir que se mantuviera la dictadura de Franco, es cierto que no se ha alcanzado. Remite a una cuestión más simbólica, más de reconocimiento por parte de las instituciones del Estado de su pluralidad interna. Pero eso también se podrá interpretar, más que por el hecho sí por su intensidad: hay poco interés por la lengua catalana en los centros universitarios y educativos en el conjunto de España. Pero no se puede decir que se desprecie ni que se ignore o no se ampare.
El autor de Meditacions en el desert (1974), tenía muy claro que la catalanidad estaba presente, que existía más allá de la coyuntura y de los vaivenes políticos, que se debía diferenciar y entender que sin tomarlo en consideración no se podría llegar a grandes acuerdos, y, menos, el entendimiento en España que era incapaz de superar sus fantasmas. “Cataluña, catalanidad y catalanismo. He aquí tres palabras que están fuertemente trabadas, como los eslabones de una cadena. La primera y la tercera --Cataluña y catalanismo-- desde hace un cuarto de siglo suenan casi a diario en toda España. En cambio, la intermedia --catalanidad-- es poco menos que desconocida. Y en ella precisamente se contiene la clave del problema que las tres encierran”, explica en el artículo La catalanidad, de marzo de 1926.
El alma de Cataluña
Y se pregunta: “¿Qué es el catalanismo? Un movimiento popular que se ha producido modernamente en Cataluña. Mas ¿por qué se produjo? Porque en Cataluña existía desde muy antiguo la catalanidad. Cataluña, catalanidad y catalanismo son realidades escalonadas e interdependientes. Cataluña es un cuerpo. La catalanidad es su alma. El catalanismo es el movimiento resultante, es la acción”.
En un momento en Cataluña y en el resto de España en el que se considera que el catalanismo ha muerto, que ya no es posible recuperar un movimiento que pueda llegar a grandes acuerdos y poner en pie proyectos comunes con España --siempre faltaría Portugal, a juicio del lusófilo Gaziel-- hay que releer de nuevo a Agustí Calvet para entender que sin ese poso no habrá posibles soluciones al conflicto actual.
“No todos los catalanes son catalanistas. Pero todos, incluso los más encarnizados enemigos del catalanismo (con algunas excepciones teratológicas que confirman la regla) acaban por sentir --tarde o temprano, de una manera definitiva o con intermitencia, consciente o inconscientemente-- la catalanidad”.
Hermandad ibérica
Y sigue Gaziel, con esa idea de que el catalanismo puede cometer errores, se puede limitar a una “estrechez localista”, pero la catalanidad es más amplia, busca abrazar mundos que le son próximos. “Catalanidad es una voz hermana de castellanidad y lusitanidad”.
Y llega a una concatenación histórica: “El catalanismo deja de ser un absurdo o un callejón sin salida cuando se le considera en función de la catalanidad. Y la catalanidad aparece en su profundo sentido cuando se admite que es un elemento esencial de una hermandad ibérica, diversa y fecunda, que pareció inminente con los Reyes Católicos, que luego el Destino malogró mediante influencias advenedizas e intereses extraños, germanos o franceses, de Austrias o de Borbones, y que hoy todavía no pasa de ser la más lógica, la más bella, la más natural... y la más difícil de las quimeras”.