Las contradicciones internas serán insalvables. Cada fuerza política busca su propio camino, y fieles a la lucha que mantienen por la hegemonía política desde hace más de un decenio, Junts per Catalunya y ERC apurarán su alianza con la fecha de caducidad en las municipales que se celebrarán en la primavera del 2019.
En las próximas semanas, las negociaciones serán intensas. Forzado por las circunstancias, para dejar a un lado el 155, y después de valorar qué podría pasar con unas nuevas elecciones, el bloque independentista está dispuesto a formar gobierno. La renuncia “provisional” de Carles Puigdemont a ser investido, y su apuesta por Jordi Sànchez, que se encuentra en prisión, abre una nueva etapa que acabará, según las fuentes consultadas, en la elección de Jordi Turull, pendiente de juicio por la causa abierta en el Tribunal Supremo sobre la declaración de independencia en el Parlament.
Estrategias opuestas
Ese es el nuevo escenario que dibuja el independentismo, con las dos fuerzas políticas centradas en el reparto de los distintos departamentos de la Generalitat. Carles Puigdemont seguirá en Bruselas, y tendrá un papel como inspirador de la hoja de ruta del soberanismo, lo que ha incrementado las diferencias entre el núcleo de dirigentes que rodea al expresidente y la dirección de los republicanos.
El problema es ideológico, y de pura lucha por el poder. Esquerra ha tratado en los dos últimos años de tomar ventaja y daba por hecho que ganaría las elecciones del 21D. No fue así, principalmente por la determinación del propio Puigdemont, que diseñó una lista electoral afín y logró la victoria en el campo independentista. Forzados ahora a colaborar y a poner en pie un Govern que deje atrás el 155, como le pide la mayoría de intelectuales orgánicos del soberanismo, Junts per Catalunya y ERC tienen estrategias opuestas.
Esquerra quiere a los 'comunes'
Los republicanos no engañan a nadie en esta nueva etapa. Quieren “ensanchar” la base social que apoye el independentismo, y para eso necesitan tiempo, cambiar el rumbo, demostrar que pueden gobernar y conseguir la complicidad de otras fuerzas políticas, especialmente la de los comuns, el partido de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Tras las municipales, y en función del nuevo equilibrio de fuerzas que se pueda establecer en todo el territorio catalán, Esquerra buscará cómo cambiar de caballo y reorientar el gobierno de la Generalitat.
En el caso de Junts per Catalunya las cosas son más complejas. Las municipales deben marcar el propio futuro del instrumento político, si el PDeCAT es capaz de tomar las riendas, si cambia de nombre, o si los hombres de Puigdemont logran formular un movimiento como el de Macron en Francia, de carácter transversal, que pueda, a su vez, englobar a los propios republicanos o a una parte de Esquerra.
Pulso con el Gobierno
Al margen de la retórica, de la presión de colectivos y entidades que, en realidad, están condicionadas por la misma lucha en el campo independentista, ni ERC ni Junts per Catalunya tienen intenciones de romper otra vez la baraja, con un proyecto rupturista que acabe con una declaración independentista que nadie ha reconocido.
Pero ahora toca un mensaje triunfalista, “legitimista”, con Puigdemont todavía activo políticamente, y la formación de un Govern que pueda mantener, aunque sea tímidamente, el pulso con el Gobierno.
El horizonte marcado es de poco más de un año. En ese lapso se deberá conocer la situación judicial de cada uno de los dirigentes con causas abiertas, y también qué ocurre en la política española, y si Mariano Rajoy ha sido capaz o no de mantenerse al frente del Ejecutivo español.