Christian Felber (Salzburgo, 1972) despierta la simpatía de todos aquellos que creen que puede haber otra forma de entender la economía, que el centro de todo debe situarse en “el bienestar” de las personas, y que pensar en términos de flujos monetarios puede ser un error fatal para todos los países del mundo.
Acaba de publicar Por un comercio mundial ético (Deusto), con el propósito de trasladar su idea del “bien común”. Y no le importa destacar la figura de Trump. “Trump o Sanders en Estados Unidos, da igual, pero si defienden, como en el caso de Trump, que se deben reorientar las relaciones comerciales, yo estoy de acuerdo. Trump acierta, porque los déficits comerciales son insostenibles, otra cosa son sus formas y la gestión que realice para obtener esos objetivos”.
Un todoterreno
Felber es un todoterreno. Es economista, porque busca reorientar las relaciones económicas desde el análisis de la realidad económica, pero ha estudiado psicología, filología hispánica, sociología y ciencias políticas en Madrid y en Viena. Y es cofundador del movimiento ATTAC en Austria, lo que le ha convertido es un referente de los movimientos antiglobalización.
Eso queda, sin embargo, algo lejos. Pero en su libro constata que los intentos de llegar a acuerdos comerciales bilaterales entre Europa y Estados Unidos no ha sido, precisamente, una de sus grandes pasiones. “La oposición al CETA y al TTIP estaba muy bien fundamentada. Sin embargo, cuando el CETA estaba a punto de fracasar en el Consejo Europeo celebrado en Valonia, el presidente de la Comisión de Comercio Internacional del Parlamento Europeo, Bernd Lange, dijo que se trataba de ‘un paso hacia la destrucción de la Unión Europea’, una tesis arriesgada, sin duda, pero sólo una forma más de afirmar que no hay alternativa a la camisa de fuerza dorada. Pero la hay. Y es más, la camisa de fuerza dorada es lo que está destruyendo Europa, junto con las élites que gobiernan contra el pueblo soberano”.
En una entrevista con Crónica global, Felber responde a cómo quiere combatir una idea que no admite crítica: el libre comercio no se toca, es positivo y permite el crecimiento de los países.
—Pregunta. ¿Han sido todos los países que abogan por el libre comercio favorables a ello desde siempre?
—Respuesta. “No, claro que no. Esa es una trampa. Todos fueron proteccionistas al inicio, hasta que tuvieron ventajas comparativas. Todos los países tienen algo que proteger, sean tecnologías delicadas, estructuras económicas locales, prácticas éticas… Lo que defiendo es que, en función de las características de la economía de cada país, se analice qué es mejor, y si el análisis concluye que se debe abrir al mercado internacional, adelante, pero no creo que deba ser una especie de ley para todos”.
—¿Se ha convertido en una ideología?
—Es una ideología, o algo más que una ideología, es una religión, que sólo se basa en los costes-beneficios en términos monetarios. No tiene en cuenta el valor de una sociedad cohesionada, el bienestar de las personas, una sociedad educada o con salud. Es una ideología y, además, peligrosa, porque puede acabar en guerras.
El libre comercio es una ideología, una religión, que, además, es peligrosa y puede acabar en guerras
—Yo, consumidor, quiero contribuir a un mejor equilibrio en el comercio. ¿Cómo lo hago, las 24 horas del día? ¿Es imposible?
—Lo tiene complicado. Pero tiene remedio. Los productos proporcionan la información financiera. Las empresas están obligadas a ello, pero no ofrecen la historia ética, cómo se ha producido, de dónde llega, qué impuestos se pagan y dónde… Si fuera obligatorio, como lo es la información financiera, lo harían. En eso hay que trabajar, con la premisa de que los productos éticos no sean más caros.
—Las relaciones comerciales marcan relaciones de poder, de poder político. Quien tiene superávits manda, como ocurre en la Unión Europa con Alemania. ¿Cómo se revierte esa situación?
—Creo, como se defiende en el libro, que se debe asegurar balances comerciales equilibrados, romper esa relación de poder entre acreedores y deudores. Lo señaló Keynes, y sus propuestas siguen siendo válidas.
—El Tratado de Lisboa apunta que se debe penalizar el déficit excesivo, pero también el superávit, y esa segunda parte no se cumple.
—Es un buen deseo. También se dice que la UE en su proyección exterior debe priorizar el nivel multilateral, y no el bilateral, como pretendía con los tratos de libre comercio, el CETA y el TTPI.
A un alemán hay que explicarle la historia completa para que vea que un superávit enorme es un problema para el conjunto de Europa
—¿Pero cómo se le explica a un ciudadano alemán que el superávit que obtiene su país, vendiendo más, e importando menos, es algo nefasto para todos, cuando aparentemente es algo positivo?
—Se le explica contándole la historia completa, y no la idea del que va ganando. La aplastante mayoría, y lo he comprobado con mis estudios de campo, estaría por una relación más justa. Y es que debemos asumir un hecho: la suma de todos los balances comerciales mundiales siempre es cero. Todo superávit comporta un déficit en otro lugar. No podemos comparar la economía pública con la privada, pero sí un presupuesto público con uno privado: Si yo le vendo a usted más en un año que lo que le compro durante un año, no pasará nada. Pero si lo hago en los próximos diez años, usted acabará en la bancarrota. Eso, para mí, es un crimen y debería ser ilegal. Puede llevar a la guerra, y fue el motivo por el que Keynes quiso poner en marcha mecanismos automáticos, que no se aplicaron.
—Usted apunta a lo que ha pasado en Europa.
—Sí, no puede haber una especie de división entre acreedores y deudores, porque eso lo contamina todo, entre norte y sur de Europa.
Los países totalmente orientados a la exportación distorsionan todo el sistema económico
—¿Qué puede hacer Alemania, por tanto, ahora que se instaura, de nuevo, la gran coalición?
—Alemania podría hacer dos cosas, o devaluar la moneda, que no puede, dentro de la zona euro, o subir salarios para perder competividad. También le quedaría lo que yo llamo la alternativa de Ricardo (el economista de principios del siglo XIX), según la cual cada país debe concentrarse en sus ventajas comparativas, pero no en sus ventajas absolutas como hace Alemania. La OMC debería ir en esa línea, a favor de Ricardo, y reorientar esas relaciones comerciales.
Con Christian Felber la conversación deriva hacia la situación de Estados Unidos, y de su presidente, Donald Trump. Las relaciones comerciales de Estados Unidos fueron una de las motivaciones de Trump para lanzarse a la campaña electoral. Los números son de vértigo. El déficit comercial de productos y servicios en 2017 aumentó un 12%, y alcanzó los 566.000 millones de dólares, el más alto desde 2008. Las importaciones llegaron a los 2,9 billones de dólares, por los 2,3 billones en exportaciones. Y, en particular, el déficit con China fue de 375.200 millones de dólares.
—¿Tiene razón Trump con su intento de reducir esas relaciones comerciales? ¿Son las grietas del sistema, como ha explicado el economista Raghuram Rajan?
—Sea Trump o cualquier otro presidente que apunte en esa dirección, o Bernard Sanders, tendrá razón. Trump acierta, porque los déficits comerciales son insostenibles, otra cosa son sus formas y la gestión que realice para obtener esos objetivos. Y sí, es, tal vez, el principal problema económico, esas desproporciones entre unos países volcados totalmente al sector exterior, y los que importan y se endeudan.
Estados Unidos se puede permitir un déficit gigantesco por la hegemonía del dólar
—¿La única ventaja de Estados Unidos es el dólar?
—Se lo diré de otra manera. Estados Unidos es el único país del mundo que puede permitirse un déficit gigantesco, porque existe una hegemonía del dólar en todas las relaciones comerciales. Es una de las cuestiones centrales que se deben cambiar. Los chinos pretenden hacerlo. Y recuerdo, de nuevo, que Keynes buscaba una fórmula para una moneda ponderada.
—¿Hay suficientes economistas para ir en esa dirección, que empujen para un cambio como el que propone?
—Somos unos cuantos, Herman Daly, Dani Rodrick, Ha-Joon Chang, Stiglitz…Yo lo que hago es tratar de que todas estas cuestiones sean comprensibles, acercarlas al público. Y seguiremos, por un comercio mundial ético, porque hay alternativas.