Carles Puigdemont no está solo. El expresidente, que insiste en que debe ser “restituido”, con un discurso legitimista, tiene el apoyo de una serie de dirigentes que, algunos independientes y otros procedentes de la antigua Convergència, creen firmemente que si persisten acabarán logrando sus objetivos.
Uno de ellos es Eduard Pujol, periodista, que sólo tres meses atrás dirigía RAC1, la emisora del Grupo Godó. Pujol no es un diputado más, una pieza en la lista de Junts per Catalunya. Ha acabado siendo el portavoz, y su discurso se va endureciendo. Sólo defiende que Puigdemont acabe siendo el presidente. No tiene ataduras con el PDeCAT, aunque sus conexiones con el mundo convergente y con diputados de la antigua Convergència le han permitido ese salto a la política.
La otra pieza básica es Elsa artadi. La que fuera directora general de Tributos con el consejero de Economía Andreu Mas-Colell es la gran tapada de un posible plan b en el último momento. Artadi dejó la ejecutiva del PDeCAT y mantiene la conexión entre Puigdemont y todo el organigrama de gobierno que gestiona ahora la Generalitat, bajo el 155. Economista, educada en Harvard, Artadi no se baja del “legitimismo”. Buena parte del discurso que había preparado Puigdemont para su investidura se debe a las indicaciones de Artadi.
Un nuevo instrumento político
Otro hombre de Puigdemont es Albert Batet, alcalde de Valls, del PDeCAT, con quien mantiene una estrecha relación. Ese apoyo le sirve al expresidente para conectar con su propio partido, teniendo en cuenta la mala relación que se estableció casi desde el primer momento con la dirección, encabezada por Marta Pascal y David Bonvehí. Batet mantiene la tesis: firmeza, aguante, el líder independentista no ha perdido ningún derecho político y, por tanto, debe ser elegido presidente de la Generalitat.
El otro elemento, central y determinante, es el historiador Agustí Colomines, director de la Escuela de Administración Pública. Fue director de la fundación CatDem, vinculada a Convergència. Conoce a la perfección el mundo nacionalista, y establece estrategias en función de las debilidades y fortalezas de cada fuerza política.
Colomines considera que lo que ha puesto en marcha Puigdemont es un nuevo instrumento, una operación que aglutinará el independentismo, del mismo modo que el SNP escocés domina el discurso independentista en Escocia. Ayudó al exalcalde de Girona a elaborar las listas de Junts per Catalunya, y el eje central de todo es que el soberanismo se ha atado a Puigdemont, porque esa es la manera de ir en contra del 155, porque es la opción para restituir al Govern de la Generalitat.
Puigdemont mueve la mayoría de todo el grupo de JxCat
Hay otros nombres, como el de Jordi Turull, que, despechado por la refundación de Convergència, que dio pie al PDeCAT tras recibir el aval de Artur Mas, es el más entusiasta del vecino de Bruselas. Turull, sin embargo, ha comunicado a todas las partes que no se debe cometer otro salto de la legalidad, y que se debería entrar en una nueva fase. ¿Cómo? Haciendo ver al Gobierno central que la figura de Puigdemont es intocable, que debe ser presidente, porque así lo han manifestado los ciudadanos en las elecciones –al ser el líder de Junts per Catalunya, que tiene mayoría junto a ERC--.
Otro nombre que apoya a Puigdemont y que defiende la estrategia de resistir, y constatar que es ERC la que se equivoca al pretender un cambio de caballo, es Josep Costa, vicepresidente primero del Parlament. Abogado y politólogo, profesor en la Universitat Pompeu Fabra, no se mueve ni un milímetro cuando se le pregunta por otra opción que no sea la del líder de JxCat.
Ese es el núcleo duro del expresidente. Su actividad es frenética. En Barcelona y en Bruselas. Y cuenta con el apoyo de la mayoría de los 34 diputados de Junts per Catalunya. El problema lo tiene el PDeCAT, que apenas tiene control sobre la totalidad de esos escaños. Por eso, la inercia de Puigdemont y sus hombres arrastra a todo el conjunto del independentismo. ¿Hacia dónde? Eso es otra cosa.