Ada Colau se suponía como una de las protagonistas principales tanto en la campaña electoral como tras los comicios del 21D y ha resultado ser una de las grandes ausentes en ambos escenarios. La evidencia más notoria es la baja actividad que se registra en su agenda, publicada en la página web del Ayuntamiento de Barcelona bajo la premisa de predicar con el ejemplo en cuanto a transparencia.
El primer mensaje que transmite su agenda es el descenso de actividad que se registra desde finales de diciembre, sumado a la paralización natural del consistorio al ser fechas navideñas, pero que no ha remontado en la vuelta a la normalidad en su caso, como sí lo ha hecho en los grupos de la oposición.
Objetivo: 2019
Fuentes de las bases de su partido consultadas por este medio sostienen que el papel de Colau ahora es exactamente el mismo que pretende interpretar la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría: permanecer en un segundo plano para sus propios intereses.
Así como el objetivo de Santamaría son las elecciones generales de 2020, el de la líder de Barcelona en Comú son las municipales de 2019, una carrera cuyo disparo de salida ya se ha producido. La alcaldesa lo tiene difícil y es consciente de ello, de ahí su inmovilidad ante el panorama actual.
Bosch, por delante
Para empezar, Alfred Bosch se ha convertido en su principal oponente y le ha pasado por delante, perfilándose como número uno: ERC ganaría unas elecciones al Ayuntamiento de Barcelona si se celebraran ahora, según los datos el Barómetro Semestral de Barcelona presentado el pasado jueves, 4 de enero.
Bosch vence por dos décimas, pero vence. Obtendría el 16,5% de los votos y Colau se quedaría con el 16,3%. Se trata de la segunda vez en la historia que un partido de la oposición supera el resultado en intención de voto al que está en el gobierno. La primera fue antes de que Xavier Trias obtuviese la alcaldía de Barcelona, en 2010.
Ruptura con el PSC
Colau tendrá que buscar alguna estrategia con la que volver a superar al dirigente republicano y tendrá que lidiar también con la minoría con la que gobierna: once concejales. Nunca antes en la historia de la democracia de la ciudad se había dado esta casuística y la alcaldesa cayó en ella tras romper con el PSC.
Los cuatro concejales de Jaume Collboni que le suponían un cierto alivio de apoyo para aprobar cuestiones básicas para ambos partidos ya no bailan a su son porque ella misma los expulsó de la fiesta. El argumento fue el apoyo a la aplicación del artículo 155 de los socialistas ante la declaración unilateral de independencia (DUI) del Govern de Carles Puigdemont.
La ruptura de este pacto --Colau coqueteó inicialmente con Alfred Bosch y, visto el panorama, quizá ahora vuelva a intentar acercar posiciones-- es solo uno de los callos que ha pisado la alcaldesa de Barcelona en lo que lleva de mandato, desde mayo de 2015, y que se le pueden volver en contra para encarar las elecciones de 2019. Como también lo es la ambigüedad que mostró en un intento de papel de mediadora en el conflicto catalán.
Ambigüedad fallida
Colau se afincó en la supuesta tercera vía de “ni DUI, ni 155” y esa posición le pasó factura en las elecciones autonómicas del pasado 21D. Los comunes se planteaban como el grupo bisagra, clave para la formación de un gobierno en Cataluña, pero los comicios plebiscitarios rechazaron las medias tintas y los dejaron fuera de juego.
Por el momento, la alcaldesa que encarnaba la lucha contra la diferencia de clases que acabaría con los desahucios y los contratos privados --entre otros aspectos-- tiene sobre la mesa algunos cadáveres como la imposibilidad de aprobar los presupuestos sin necesidad de cuestiones de confianza; la pérdida de inversiones millonarias; el fiasco de la funeraria pública; la paralización de las obras de Glòries y la creciente turismofobia, entre otras.