Nada es igual, todo cambia aunque sea de forma leve, pero Cataluña sigue en manos del independentismo pese a la victoria inapelable, en votos y escaños, de Ciudadanos, con 37 diputados, un hecho inédito en la política catalana desde las primeras elecciones autonómicas en 1980. Las dos formaciones, Junts per Catalunya y Esquerra Republicana, con el apoyo de la CUP sumaron este jueves el 47,43% de los votos, por el 47,80% en 2015. Casi el mismo porcentaje.
Cataluña se encuentra en una situación de bloqueo total. Enquistada. Con una participación récord (el 82%, lo que da cuenta de que la movilización fue enorme con el sentimiento de la población catalana de que se trataba de unas elecciones trascendentales), los bloques apenas se han movido, a pesar de que las fuerzas llamadas constitucionalistas ganaron en votos, pero con una diferencia muy pequeña: 2,13 millones, por casi dos millones de independentistas. Eso es ahora Cataluña, dos mitades, sin que una pueda prescindir de la otra, con una pendiente de lo que haga la contraria.
Esa situación se ha producido con una victoria histórica de un partido como Ciudadanos, que ha crecido, precisamente, por la oposición al proceso soberanista, y que no tiene en su ideario político el catalanismo que ha sido la columna vertebral de la política catalana desde la transición.
Con un mensaje directo, claro, sin complejos, la candidata de Ciudadanos, Inés Arrimadas, ha sabido conectar con una parte de la sociedad catalana que no quiere medias tintas, que cree que se puede gestionar la Generalitat sin apelar ni defender de forma constante las señas identitarias de aquello que el nacionalismo ha considerado que es ser catalán. Con atrevimiento, Arrimadas ha mostrado que se podía ganar unas elecciones al nacionalismo. Pero, ¿con qué resultado tangible?
El 155 planeará de nuevo sobre el independentismo
Arrimadas no podrá gobernar. Es el independentismo el que, de nuevo, tendrá en sus manos la responsabilidad de dirigir la Generalitat, aunque algunas cosas sí que han cambiado en los últimos meses. Pese a la derrota inapelable del Gobierno de Mariano Rajoy, porque ni ha logrado que el independentismo perdiera la mayoría absoluta –aunque pasa de 72 en 2015 a 70 en 2017--- ni ha conseguido un buen resultado para el PP catalán, que se ha quedado en tres diputados y pasará con toda probabilidad al grupo mixto en el Parlament, el próximo gobierno catalán deberá ser consciente de que no podrá seguir una vía unilateral. En ese caso, el Gobierno podría aplicar de nuevo el artículo 155 de la Constitución, ahora que sabe cómo funciona.
El independentismo deberá saber que esa medida estará muy cerca del Palau de la Generalitat. Pero deberá saber también que delante tendrá a Ciudadanos, que ha ganado en las diez principales ciudades de Cataluña, desde Barcelona a Lleida, pasando por L’Hospitalet y Badalona, la ciudad de la que era alcalde el líder del PP catalán, Xavier García Albiol. Arrimadas, con el apoyo de Albert Rivera, que ejercerá a partir de este mismo viernes una enorme presión al Gobierno de Mariano Rajoy, para conquistar la Moncloa, será la referencia de la oposición.
Fracasos de Iceta y Domènech
En esa oposición estará el PSC, que ha fracasado de forma estrepitosa, pese a ganar algo de apoyo electoral. La operación de Miquel Iceta con Units per Avançar para lograr entrar en el electorado del nacionalismo moderado no ha servido de nada. Y, por el camino, ha comprobado que en lo que fueron sus feudos tradicionales es Ciudadanos quien ha tomado el relevo. Tampoco los comunes ha logrado gran cosa, con la ambigüedad calculada de Ada Colau, que no les ha llevado a ninguna parte, ni con el distante discurso sobre la unidad de las izquierdas de Xavier Domènech.
Ahora bien, el independentismo deberá afrontar ahora un problema. Junts per Catalunya reclama la restitución de Carles Puigdemont como presidente, para dejar claro que se debe revertir el 155 que aplicó Rajoy. Esquerra Republicana, que ha experimentado, con en anteriores ocasiones, sus complejos respecto al hermano mayor que ha sido siempre Convergència (ahora el PDeCAT camuflado en la lista del presidente), no está por la labor.
Las dos formaciones deberán decidir qué hacen con todos los políticos que o están en prisión o en Bruselas, pendientes de la justicia española. Se trata de siete nombres que forman parte de las listas, y que han sido elegidos, con Puigdemont y Oriol Junqueras a la cabeza. O se retiran y corre la lista electoral, con otros nombres, o no podrán investir a un nuevo presidente en el Parlament. Todo eso lo deberán decidir en las próximas semanas.
Ciudadanos corre hacia la Moncloa
Los intelectuales que han impulsado la lista de Puigdemont, como Agustí Colomines, alertaban de que se corría el riesgo de que Ciudadanos ganara por escaños y votos, con un millón de sufragios, como así ha sido, y que el independentismo se aliara con una unión que fuera calificada de “perdedores”. Eso es exactamente lo que va a pasar, aunque no hay otra fórmula alternativa. No queda otra, por más que la victoria haya sido de Inés Arrimadas.
Dos años después, más de cinco tras la primera Diada de 2012 que dio pie a un proceso soberanista que ha acabado con las propias instituciones catalanas intervenidas, el independentismo ha perdido fuelle, pero de forma mínima. Puede gobernar de nuevo, pero sabe con qué consecuencias si trata de iniciar o de mantener una vía unilateral hacia la llamada “república catalana”.
A pesar de las muestras de euforia de Puigdemont desde Bruselas, al señalar que “la república catalana” había ganado a la “monarquía del 155”, la situación es casi la misma: dos bloques, un posible gobierno, que tendrá mayoría absoluta, y el 155 como medida posible si se vuelve a las andadas.
Para Rajoy las cosas tampoco serán exactamente igual: Cataluña sigue en manos del independentismo, y su partido estará en el grupo mixto en el Parlament, con Ciudadanos crecido y con más hambre para conquistar la Moncloa.