Últimos mítines de la campaña electoral antes de la jornada de reflexión. Todos los candidatos eufóricos y aparentemente convencidos de su inevitable éxito en las urnas. Los únicos que se esforzaron en ofrecer un poco de espectáculo fueron los de ERC, que se fueron a dar la brasa a Estremera para exigir la libertad de su candidato, Oriol Junqueras, aunque fueron hostigados por una pandilla (reducida: diez o doce personas) de extrema derecha que les habría zurrado la badana con sumo gusto de no haber policía por en medio. A destacar la enorme bufanda amarilla de Ramon Tremosa, que más bien parecía una mantita de las de ver la tele en el sofá, y la presencia del bigotudo diputado verde y antaño héroe del campesinado francés José Bové, que venía con unos colegas a visitar a los presos y se quedó con las ganas. Consecuentemente, se dedicó a echar pestes de la democracia española, para alegría de Tremosa y su bufanda, Marta Rovira --que no lloró en ningún momento: ¡notición!-- y el resto de representantes de ERC destacados a un sitio en el que nadie puede votar en las elecciones catalanas (a excepción de algunos internos, claro).
A falta de entrevistas y debates, TV3 consiguió propagar su mensaje a través de un programa titulado Un vasco en Polònia, que se suponía que era una producción de ETB destinada a explicar el prusés a los habitantes de Euskadi Sur, aunque luego resultó ser un publirreportaje del Polònia producido a medias por ETB y la compañía de Toni Soler, Minoria Absoluta. Lo presentaba el actor Gorka Otxoa, que es un tipo bastante gracioso --estuvo muy bien en la serie Plaza de España, que a mí me daba mucha risa, pero no llegó a la segunda temporada-- y, con la excusa de explicar didácticamente lo sucedido por estos pagos durante los últimos tiempos, la cosa consistió en enjabonar a los responsables del Polònia, en su (supuesta) condición de humoristas que no dejan títere con cabeza y pegan palos a todo el mundo. Todos los invitados al programa (Mònica Terribas, Carles Francino, Glòria Serra, Enric Juliana) coincidían en que el Polònia tiene una gracia que no se puede aguantar y muestra una ecuanimidad fuera de toda duda.
A Toni Soler no le basta con haber ideado un programa comercial y, a veces, gracioso. Necesita que se lo digan los vascos, aunque haya que invertir en ello unos monises previamente extraídos del erario público.