Miquel Iceta ofrece el flanco del corredor de fondo. Pero amaga distraídamente, como los buenos del balompié. Su sentido común es lapidario. Remueve la tierra y levanta mucha polvareda. Nostálgico del sorpasso de Berlingüer con la democracia cristiana antes del fin de Aldo Moro; amigo del Olivo de Romano Prodi; socialista renano por su amparo a Espadaler, prócer de la Unió recalcitrante de la doctrina social de la Iglesia (¿quieres más penitencia para un católico que trabajar a las órdenes de un gay?) pero amoldado a la tragedia compartida del catalanismo reformista de siempre; viejo padrino de la economía social de mercado, de Recio y Luis de Sebastián. Iceta es todo eso en uno “y puesto al día”, diría este home endreçat. Frente a tanta locura indepe, cada vez que puede, entra en materia. Hace pocos días lo hizo en una presentación metafórica en la Biblioteca Joan Fuster, el gran valenciano, cura trayectoria para nada significó un renacimiento de "los Països Catalans en los ámbitos social y político", como nos coló de rondón el compañero Marc Pons en el El Nacional (hace un año). Iceta sabe que Fuster fue un hombre de izquierdas. El alma del escritor ronda los anaqueles de una Babel apátrida, sin voz doliente ni nostalgia del pasado, diga lo que diga Isabel-Clara Simó, hija de Alcoi, Premi d'Honor y Degana de les Lletres Catalanes.
El candidato socialista ha estrenado diseño en programas de tele, como Mi casa es la tuya ("yo lo votaría", dijo Bertín, el Osborne bueno) y Al rojo vivo, dejando "un rastro de simpatía", en palabras certeras de Monegal. Claro, es bajito, gordito, calvo y todo eso... y sobre todo largo, muy largo. Tanto que, para no intuirlo, su contrincante, Puigdemont, se distrae en Gante (Flandes) viendo el drama paródico del Duque de Alba y alimentando el resentimiento seco. El torticero expresident emblematiza lo que combatió Mitterrand cuando dijo aquello de "el nacionalismo es la guerra". La guerra, si me permiten, que se cuela, de soslayo o de frente con descaro, en los aparatos ideológicos del resistencialismo indepe. La guerra de la clase alta como le oigo decir a un político del PP. Ahora le llaman así a la menestralía convergente de toda la vida. Pero ¡qué clase ni qué niño muerto!; el mascarón de proa de la economía, los bancos y el Ibex 35, ha hecho mutis por el forro hace muchos días. "Ahí te quedas, pasmarote", le dice la autentica alta clase a Junqueras desde la confortable sombra del euro.
Sorprendente, tibio, incómodo
Iceta encanta por lo tibio, con su inesperado toque nipón. Rinde culto al haiku, un género poético honesto que los japoneses definen como la “tristeza de las cosas”. En los tuits de Miquel cada día encontrarán un haiku, por lo menos mientras dure la campaña. Vean si no a modo de ejemplo: "Bajo las flores / deja de haber personas / del todo extrañas". O también: "Con gran sosiego / camino solo, y solo / me regocijo". O este otro: "La gran luciérnaga / con vaivén y vaivén / pasa de largo". Siempre tres versos de rima asonante de cinco, siete y cinco sílabas, obra de Kobayashi, un poeta del XVIII con nombre de moto de carreras. Dulce pero rarito, el asunto del haiku; cosas del sintoísmo japo.
Si rascas, Iceta no deja de sorprenderte. Tiene ese punto de normalidad de los despiertos que incomodan un poquitín. Come sin pensar en la dieta y se permite ese toque displicente de los que poseen buena química en las meninges: es mejor un comedor ordenado que uno con muebles Luis XVI combinados con visillos feos de encaje y color carne. ¿Usted seguiría a Puigdemont hasta Bruselas?, le pregunta Onega . Hombre, "me gustan, pero a tanto no llego". Cachondo porque sí. Abierto, pragmático, quedón, largo como él solo y con buen saque a la vista del bocata de tomate, aguacate y mozzarella que se metió delante de Gemma Nierga y del respetable, masticando a mandíbula batiente.
En su etapa de Moncloa no perdonaba el desayuno. Entonces era un joven de menos de 30 años elaborando los papeles que Narcís Serra le daba a Felipe, en el momento duce de la Expo y los Juegos. Vivió la gloria de entrada y le tocó en suerte un segundo round sociata menos feliz: la legislatura capotante, 93-96, marcada por los GAL, la corrupción socialista y la derrota final; pero aprendió. Precoz, había empezado antes de la irrupción de Isidoro, (el alias de González, cuando se hacía acompañar por un grupo matón del SOMA-UGT minero), en el equipo de Tierno, el viejo profesor del prehistórico PSP, dividido, desconchado y desnortado; pronto se cansó y se hizo del PSOE.
Federalista
Desde la doctrina federal, se saca ahora de la manga el abalorio de los consorcios tributarios, una especie de methode champenoise de la Hacienda Pública de un país ingobernable llamado España, hecho de estatutos consentidos como el de Pasqual Maragall, que sorteó los recortes del Congreso antes de caer ante el Constitucional. Los socialistas acuñaron en el Congreso de Granada una financiación autonómica que reconoce dos cosas: el principio de ordinalidad y los consorcios tributarios entre las CCAA y el Estado. Es lo que funciona en la Europa de las moles, la de siempre. La que adoptó el PSOE, bendito Suresnes o el fin del marxismo, la ideología plúmbea que fue dando tumbos entre las mejores cabezas de Europa, desde la filosofía de la historia hasta el estructuralismo parisino de bistró y asamblea en la Sorbona. Ya en la Constitución del 78, el socialismo se adaptó y asunto zanjado.
El político, como el artista, es un difusor de mundos interiores, de convicciones íntimas. Trabaja “a la luz del pueblo”, como exigían los ilustrados hace 300 años, con la misma observación que servía y sirve hoy de regeneración democrática y control ciudadano. Visto así, el político es un regalo de fiestas: sale del celofán, perfuma el ambiente y gasta solo lo que le permite el chorro de su spray; finalmente, vuelve al recaudo del bolsito de piel nacarada.
Así dispuestas, las ideas responden a su altura demoscópica, no más. Iceta se adapta a este modelo prefabricado, pero lo hace con el orden del que dispone mensajes expuestos al desgaste. Al fin y al cabo, es el gran veterano, el decano del Parlament, desde que se marchó Higini Clotas.