“Lo hemos probado todo”. Esa frase se repite por parte de los dirigentes independentistas, desde Artur Mas a Marta Rovira. Con la voz tomada por la emoción, se insiste en que el Estado rompió los lazos con Cataluña con la sentencia del Estatut de 2010, cuando el Tribunal Constitucional falló su decisión.
Pero los hechos son tozudos. Artur Mas y los entonces cachorros convergentes, como los periodistas y activistas Enric Vila y Jordi Graupera --en el entorno de la fundación Trias Fargas, rebautizada como CatDEM, de CDC--, además de su director, Agustí Colomines, impulsaron y ampararon ya en 2006 y 2007 una operación que buscaba la recuperación del poder en la Generalitat, pero que representaba una revolución en el catalanismo con la reivindicación del derecho a decidir, o lo que es lo mismo: la apuesta por la independencia a través del ejercicio del derecho a la autodeterminación.
Pactos con el PP
En los cinco últimos años, con el proceso soberanista, se insiste una y otra vez en que la sentencia del Estatut de 2010 fue decisiva, y que explica todo lo que sucedió con posterioridad. Pero el propio Mas, tras acceder al Palau de la Generalitat con las elecciones de noviembre de 2010, pactó dos presupuestos seguidos con el PP, el mismo partido que había recurrido el Estatut ante el Constitucional, y que dio pie a la sentencia.
Todo comenzó, como si fuera una lejana historia, en noviembre de 2007. La lucha por el poder es en realidad el motor que ha llevado al nacionalismo a quemar etapas. Mas había ganado las elecciones de 2006, pero el socialista José Montilla había negociado con la Esquerra Republicana de Joan Puigcercós para repetir la fórmula del tripartido. Desesperado, Mas impulsó la “casa gran del catalanisme”, y, con la ayuda de activistas como Colomines, y de otros veteranos intelectuales favorables a la causa nacionalista, como Vicenç Villatoro o el aún socialista en aquel momento Ferran Mascarell, le dio un giro al catalanismo.
En su conferencia del 20 de noviembre de 2007, titulada "El catalanismo, energía y esperanza para un país mejor", Mas anunciaba que sería de nuevo candidato de CiU, y defendía el “derecho a decidir”, que no supo cómo concretar, pero que debía servir para “decidir” sobre el Estatut si salía trastocado del Constitucional; sobre las infraestructuras, y sobre el modelo de financiación.
Sin embargo, pedía grandes consensos, que, después ha olvidado: “El derecho a decidir aconseja, y, de hecho, requiere, que los temas sobre los cuales se ejerza descansen sobre mayorías cualificadas o reforzadas de forma amplia, con la finalidad de darle a la decisión toda la legitimidad y la fuerza necesarias, y también para evitar dividir a la sociedad en dos mitades, con el riesgo de fractura social que eso comporta”.
Contra el marco legal
Y añadía que todo eso se debía hacer entre los propios catalanes, sin forzarles. “Los catalanes somos todos, pero hay muchos que aún no se han hecho suya la nación catalana. Si queremos decidir, no lo hagamos contra ellos, hagámoslo con ellos. No intentemos vencer a una parte de la propia Cataluña, hemos de convencerla”. Es justo lo que después Mas no ha hecho. Ni él ni su sucesor, Carles Puigdemont.
Mas estaba dispuesto, en 2007, a saltarse la legalidad, teniendo en cuenta que no había todavía sentencia sobre el Estatut que justificara un salto adelante. “Se me dirá que el derecho a decidir puede chocar con el marco legal vigente en el Estado. En muchos casos es así. Prefiero, en cualquier caso, que nos debamos enfrentar con el marco legal que no con la indiferencia del pueblo catalán”.
El filólogo y ensayista Jordi Amat asegura en La conjura de los irresponsables que en ese momento se “mutó” el catalanismo para ser otra cosa, para proyectar la independencia de Cataluña. Lo que ocurrió es que se puso en marcha una maquinaria, la convergente, con intelectuales dispuestos a secundar el proyecto. En aquel momento no se valoró. Se consideró que Mas lo único que quería era el poder –cierto— pero que todo resultaría propio de los esquemas clásicos convergentes, marcados por el pujolismo: presión, ambigüedad y a seguir gobernando.
Òmnium Cultural se une a la operación
Pero la cuestión ideológica estaba latente y explica la deriva independentista que podría reforzarse o caer en las elecciones del 21D. El escritor Vicenç Villatoro publicaba en 2007, como recuerda Amat, el panfleto L’engany, en el que lamentaba el segundo tripartido con José Montilla de presidente de la Generalitat.
Y es que para él era “una propuesta que supone la abolición del eje nacional como eje político significativo y la consagración de la confrontación entre derechas e izquierdas como relato central de la política catalana”. Mascarell, también en 2007, en junio, publicaba en El País un artículo en el que apostaba por una refundación del catalanismo para que Cataluña no perdiera su personalidad, lo que acabaría confluyendo en el derecho a decidir, con la conferencia de Mas, que se publicaría como libro, con prólogo de Agustí Colomines.
En paralelo, las entidades que estarían llamadas a subir la temperatura se iban preparando. Òmnium Cultural se transformaba en un potente altavoz, lejos ya de su papel histórico como defensor de la cultura y la lengua catalanas. Iba a hacer política con todas las consecuencias desde la elección de Jordi Porta como presidente. En 2008 entraban en la junta directiva Vicent Sanchis, ahora director de TV3; Alfons López Tena –independentista, exvocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta de CiU, y ahora desengañado, después de impulsar el partido Solidaritat—, y Muriel Casals, que acabaría siendo presidenta en 2010.
El mantra del mandato democrático
La sentencia del Constitucional, claro, fue una maravillosa excusa para acelerar todo el proyecto independentista. Antes, ya se había preparado todo, con una manifestación preventiva el 18 de febrero de 2006, poco después de que se aprobara el Estatut en el Parlament, con la idea de que el Congreso no interviniera en el texto, y la organizó la Plataforma por el Derecho a Decidir. Fue masiva, con una gran presencia de estelades y la participación de un entonces desconocido Oriol Junqueras.
Todo orquestado. Tras la conferencia de Mas, en noviembre de 2007, era Francesc Homs, su mano derecha hasta hace bien poco, quien en un artículo en el diario Avui fechado el 25 de ese mes remachaba la cuestión bajo el título de Por el derecho a decidir. “Cataluña ya no necesita el Estado para su desarrollo económico, social o cultural”, apuntaba Homs, que ya ofrecía el mantra que se ha ido repitiendo y que se escucha en la campaña del 21D por parte de los dirigentes independentistas, con Carles Puigdemont a la cabeza.
Decía Homs que el cambio en el proyecto de Mas suponía “la apuesta por la radicalidad democrática por encima del encorsetamiento de unas leyes que se deciden fuera de nuestro país”. Exactamente lo que defiende ahora Puigdemont desde Bruselas.
¿Fue la sentencia del Estatut lo que lo cambió todo?