La situación política que vive el país y los acontecimientos de esta última semana han situado a los Mossos d’Esquadra en el ojo el huracán, como se ha visto en el transcurso de la manifestación que ha invadido las calles del centro de Barcelona.
Carles Puigdemont, Josep Lluís Trapero y el cuerpo de policía autonómica han sido los destinatarios de la mayor parte de las consignas. Es curioso, pero nadie parecía acordarse de Oriol Junqueras y tampoco de la CUP.
Primero, los alcaldes
Cuando rompieron las hostilidades definitivamente --6 y 7 de septiembre-- la Generalitat quiso poner en primera línea de combate, a modo de desgaste, a los ayuntamientos. Solo consiguió que Nicolás Maduro, desde Caracas, y Pilar Rahola, desde TV3, dijeran que el Gobierno español había detenido a 700 alcaldes catalanes. Pero como todo el mundo sabe que es falso, la intentona ha fracasado.
Después, sí ha conseguido poner a los Mossos d’Esquadra claramente de su lado en este duelo entre la Constitución y la desobediencia. Y la prueba de que lo ha logrado es que en la manifestación unionista de Barcelona se han convertido en el centro de muchas críticas.
"¿Hoy sí trabajáis?"
Gritos de “¿Dónde estabais el 1 de octubre?”, “¿Hoy si trabajáis?” u “¿Hoy sí habéis recibido órdenes?” eran frecuentes en la marcha, sobre todo en los tramos en los que hubo contacto directo entre ciudadanos y policía.
Uno de los puntos más calientes de la tensión entre policía y manifestantes es el que se creó en la Ciudadela, en los alrededores el Parlament. Una columna de manifestantes que había bajado hasta la estación de Francia por la avenida Picasso decidió girar a su izquierda para adentrarse en el parque.
Evitar el rodeo
Las furgonetas de los Mossos estacionadas en ese punto abandonaron el lugar para evitar que los recién llegados les dejaran rodeados e impidieran la salida, como le ocurrió a los efectivos de la Policía Nacional el 20 de septiembre ante la sede central de la CUP en Barcelona. Y se desplazaron hasta las puertas del Parlament, debidamente protegido con vallas a 10 metros del edificio.
Allí, los españolistas --apenas unos centenares-- no paraban de corear gritos contra Puigdemont y a favor de los policías: “Mossos, sí; Trapero, no”. Pero el jefe de la unidad policial que protegía la Cámara catalana empezó a transmitir órdenes para acabar con aquello. La primera, de viva voz: “Poneros los cascos”, dijo a sus agentes. La segunda por el walkie talkie: “Que no entre nadie más en el parque, cerrad el acceso”.
Desalojad, pero tranquilos
Luego, se adentró en el tumulto de manifestantes acompañado de cuatro agentes, y quitándose las gafas de sol preguntó: “¿Tenéis un jefe? ¿Alguno dirige esto?” Y ante el silencio temeroso que recibió por respuesta, añadió en un castellano de Lavapiés: “Estábamos esperando a los mediadores, pero es igual”, dijo como anunciando una mala noticia. “Ahora, os vais a ir tranquilamente por donde habéis entrado. Salid del parque, con tranquilidad, como habéis entrado”. Y se volvió a poner las gafas.
La intervención a lo Clint Eastwood catalán tuvo los mismos efectos que las frases lapidarias de Harry el Sucio. Hubo murmullos. El que llevaba un aparato de megafonía provocó la risa de la mayor parte de los congregados cuando gritó: “Esta policía no es la mía”. "¡Nos ha jodido!", debieron pensar todos mientras ponían pies en polvorosa y se acordaban de cómo los Mossos protegen gustosamente el asedio nacionalista al palacio de justicia catalán (TSJC) cada vez que va a declarar uno de los suyos.
Misión desaconsejable
Unos centenares de metros más allá, en la entrada del parque desde la avenida Marqués d’Argentera, la policía no había podido cumplir las órdenes del jefe Eastwood y el acceso seguía abierto. La gente se agolpaba y les hacía frente. Había quien gritaba “Al suelo, sentaros”, tratando de emular la desobediencia pacífica en los colegios electorales del domingo pasado. Pero la sangre no llegó al río. Los Mossos desistieron y se replegaron nuevamente al Parlament.
Los manifestantes les abucheaban mientras de música ambiente sonaban las canciones desde un carrito de la compra en el que un españolazo había instalado un sistema de megafonía por el que difundía música patriótica, desde el Viva España a Paraules d’amor.