Nadando y guardando la ropa o incluso poniendo un cirio a Dios y una velita al diablo. La Iglesia católica y, por tanto universal, trata de mostrar neutralidad ante el referéndum con respaldo al Gobierno central y al “cauce constitucional” y una apertura al diálogo. Pero con condiciones claras y sin dar baza a la CUP y Podemos, agnósticos, ateos y anticlericales, ejemplo del más puro contradios.
La jerarquía católica tiene motivos en su línea roja a estas formaciones, que le obligarán al pago del IBI y eliminarán las subvenciones a sus colegios. Los cuperos incluso pidieron en julio expropiar la catedral de Barcelona para destinarla a equipamientos municipales, como una escuela de música y un economato.
Los expertos en temas religiosos coinciden en el tono vaticanista, moderado y conciliador del reciente sermón o nota de la Conferencia Episcopal Española. Perciben la impronta del cardenal Omella, denostado por los independentistas y mano derecha de Francisco, por no escenificar en público las diferencias entre alguna parte del clero catalán que apuesta por la identidad nacional y el derecho a decidir, y español en general, encabezado por el cardenal Cañizares que defiende la unidad como algo sagrado.
Campanarios estelados
Los expertos hablan de dos iglesias en Cataluña. Al frente de la que apoyo el referéndum y al soberanismo figuran los 281 curas y 21 diáconos que han defendido como algo “legítimo y necesario” votar el 1-0. A pesar de que apenas suponen el 15% de un colectivo que, según datos oficiales tiene 2.018 miembros, han llenado los campanarios de estelades.
La acompañan en sus tesis el abad de Montserrat, monasterio moderno referente del independentismo, y el obispo de Solsona, Xavier Novell, uno de los 12 prelados de las diócesis catalanas. También cuentan con el respaldo y tirón del colectivo Església Plural, constituido en el 2001, y el de más reciente creación Cristians per la independència, defensor de que “el derecho a la autodeterminación es un principio moral mucho antes que las normas jurídicas”
Es la Iglesia, que ante cada paso del procés lleva al Gobierno de España a protestar ante el Vaticano, esgrimiendo que la postura de estos clérigos entra en contradicción con la conducta de unos sacerdotes católicos, vulnera el Código de Derecho Canónico, que veta su pronunciamiento en materia política, y el espíritu de los acuerdos entre España y Santa Sede de 1979.
También es de esta Iglesia el vicepresidente Oriol Junqueras, de creencias católicas tan profundas como independentistas. Francisco no comparte sus fervores, entre otras cosas por la amenaza que supone a la Europa cristiana si la secesión prende también en Italia y otros estados.
Contraproducente
Los fieles de la otra iglesia, silenciosa y todavía mayoritaria, se baten en retirada debido en parte al guiño creciente y sin disimulo de los pastores hacia el nacionalismo que lleva, por ejemplo, al uso exclusivo del catalán. Retrae especialmente a los emigrantes hispanohablantes, altamente religiosos, y les facilita la huida hacia credos evangelistas, que no cesan de crecer. Ya cuenta con más de 200.000 fieles en Cataluña.
Pero aunque ningún gobernante quiere topar con la Iglesia, y hasta los ateos tratan de conllevarla, su peso es cada día más relativo en Cataluña.
Sin misa solemne
La imparable secularización se ceba especialmente en el arzobispado de Barcelona. A modo de ejemplo, el gobierno municipal de Ada Colau eliminó, al acceder a la alcaldía en 2015, la tradicional misa de la Mercè del programa oficial de fiestas de la ciudad.
Otro dato: en 2015 solo nacieron en Cataluña 11 niñas como el nombre de Mercè, en catalán y otras ocho con el nombre de Mercedes, en castellano. Dicen los sociólogos que en estas elecciones paternas mandan modas y la búsqueda de nombres que se pronuncien igual o casi en las dos lenguas para evitar conflictos. O a lo políticamente correcto, ya que la patrona de Barcelona era la redentora de los cautivos, que intercedía en la Edad Media por los cristianos presos en tierra del Islam.
La comunidad menos religiosa
Las estadísticas muestran que, con 2.500 templos, Cataluña es la comunidad más secularizada de España y de la Europa cristiana. Es la que menos pone la equis en la declaración de renta a favor de la Iglesia, solo la mitad de la población se define como católica y desde 1980 a 2017 el número de practicantes ha caído del 33,8% al 13,7%,
También figura a la cola en curas ordenados, 10 en 2016, y en seminaristas, 70. Apenas el 11% de las bodas se celebran por el rito católico. Se puede decir que la población catalana es culturalmente católica pero cada vez más alejada de la Iglesia.
Catalanistas o no
En general, los prelados tratan de sentirse parte de su pueblo, pero en su mayoría no son independentistas. Son catalanistas si por ello se entiende que hablan el idioma y quieren la tierra, salvo Omella, nacido en la colindante Teruel, donde se había el 'chapurriao', una mezcla de castellano y catalán. Casi siempre oficia en castellano.
Omella es el primer obispo nombrado por el Vaticano desde hace 40 años sin ADN catalán. Pero por algo ha sido nombrado por su amigo Francisco como máximo representante de Dios en Barcelona, la diócesis más poblada de Europa tras Milán. Es quien dice lo que va a misa, aunque no le guste a Carles Puigdemont y a Colau. Algunos llegan a decir que ha impuesto por adelantado su particular artículo 155.