Los artificios del marketing populista pueden perpetrar escraches, pero difícilmente consiguen objetivos mesurables. Después del estallido de la burbuja y de la larga campaña de la Plataforma de los Afectados por la Hipoteca (PAH), el metro cuadrado había cambiado de manos. Los restos del naufragio se cobijaron en la matriz de Florentino o fueron a parar a FCC, el último bastión Koplovitz, hoy controlado por el mexicano Carlos Slim. A pesar de la revuelta y la devaluación de la economía española un 30%, el precio del suelo urbano se mantuvo alto; siguió siendo la frontera de la exclusión dictada por el cartel de precios de los promotores. Para los de abajo, las condiciones no solo no mejoraron, sino que fueron a peor, como saben bien los vecinos del Raval o de Nou Barris.
El drama social de los desahucios golpeaba a miles de familias, pero Barcelona, la Antioquía ibérica, resistió y fue puntera de la dación en pago mientras Adrià Alemany se convertía en el consorte de la futura alcaldesa. En los inicios del consistorio de los Comuns, Alemany echó una mano a sus camaradas en los intervalos de su deber profesional, como técnico de la Fundación del FC Barcelona. El Barça de aquel momento trasladaba su anhelo —basado en figuras como Joan Laporta o Xavier Sala Martín, y figurantes, como Vicent Sanchis o Joan Oliver— al patronato de Catalunya Oberta, zona densa del negocio soberanista. Entre la Fundación del Barça y Catalunya Oberta (hoy clausurada para evitar derivaciones judiciales) existió una línea de sombra nunca aclarada.
Entre el Barça y el ayuntamiento
En la era oscura de Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, el joven Alemany, como “gestor de proyectos”, tuvo en sus manos el secreto del Espai Barça, el megaproyecto de transformación del Miniestadi, la construcción del nuevo Palau y la remodelación del Camp Nou, un esfuerzo que moverá un total 600 millones de euros de inversión, como mínimo. A la hora de recomponer su patrimonio urbanístico, el Barça había chocado de frente con la serenidad austera del doctor Xavier Trias, el último alcalde noucentista, que anteponía el futuro del barrio de Les Corts al despampanante parque temático del balompié. Inesperadamente todo se resolvió con la victoria electoral de Colau. El Espai Barça resultó permeable a los controles de la alcaldesa, la edil que tuvo a su marido en nómina mientras éste ejercía de economista en Can Barça.
Todo empezó en el epílogo de la burbuja inmobiliaria, durante la segunda mitad de la década del 2000, cuando Adrià Alemany regresó a su ciudad después de pasar tres años en Irlanda. Economista de la Pompeu Fabra y máster en Relaciones Internacionales e Integración Europea del IUEE-UAB, Alemany mejoró su inglés en Dublín trabajando en una empresa de alquiler de coches y sirviendo pintas en algún Temple Bar de la ruta beoda de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises de Joyce. Al reubicarse en Barcelona conoció de primera mano el rally alcista de los alquileres e ingresó en V de Vivienda, un grupúsculo germinal de la PAH que convocaba sentadas, manifestaciones y otros actos de protesta salpimentados con horas de debate sobre la banca, el mercado hipotecario y las leyes de la propiedad. Allí estaba Ada. Fue en la misma PAH donde el economista empezó como secretario y acabó haciendo de guerreo de capa y antifaz, aquel personaje en negro y amarillo apodado el Supervivienda que aparecía inopinadamente en medio del aforo, en los mítines de las elecciones municipales.
Las claves del sí al 1-O
Podría decirse que Alemany conoció a Colau en la barricada. Aprendieron juntos a simultanear el combate social con la educación sentimental; descubrieron que la calle y la filosofía del tocador son espacios concomitantes. Jugaron ambos a ser Cosette y el revolucionario Marius Pontmercy de Los Miserables. Ahora, Colau es la primera mujer alcaldesa de Barcelona y Alemany, el “hombre fuerte” de Barcelona en Comú, la coalición que dio la sorpresa y se encaramó. Él es autor de muchos estudios, informes y, junto a Colau, de dos libros: Vidas hipotecadas (Angle Editorial, 2012) y ¡Sí se puede! (Imago Mundi, 2013). Ha dado conferencias por toda España y la Latinoamérica chavista; es observado de cerca desde que dejó su trabajo en el FC Barcelona para dedicarse a la política.
Alemany es el nudo de militantes como David Cid (ICV) y la teniente de alcalde Janet Sanz, o de la pareja formada entre Vanesa Valiño (politóloga considerada un referente en materia de emergencia habitacional) y su marido, el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, el número dos de Colau. Este sanedrín de Alemany teje afectos y comparte ideas; es la plataforma natural que ha decantado a la alcaldesa a participar en el 1-O, un derecho que hoy se dice inalienable pero que está muy lejos del humanismo radical acunado en sus comienzos.
Distanciados de sus orígenes
Este tándem que luce músculo y practica el nepotismo es uno de los motores del izquierdismo catalán que orienta sus objetivos hacia la política nacional. Sus miembros se forjaron en la referencia crítica frente al municipalismo de Pasqual y a los capitanes del Baix Llobregat. Han crecido exponencialmente y ahora hacen rodar los dados del destino dispuestos a desdoblar a Pablo Iglesias. Más adelante, tienen previsto disputarle el espacio natural de Pedro Sánchez, un líder de clavel en el ojal, aislado por las baronías regionales del PSOE.
Barcelona en Comú germinó en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), creado en 1998, descubierto ahora por muchos como cantera de dirigentes de las administraciones de proximidad, pero con un largo recorrido anterior como centro de estudios, publicaciones, cursos y otras actividades con presencia internacional. El DESC tuvo el mérito de prever que el problema de la vivienda iba a empeorar, y que iría ligado a la vulneración de otros derechos básicos, como la alimentación, la escolarización o la salud. En los últimos tiempos, Colau y Alemany se han distanciado de sus orígenes, han optado por el reduccionismo nacionalista a la hora de disputarle a la derecha la configuración territorial de España. Han perdido el respaldo del sector intelectual. Les pueden la vida muelle y los cantos de sirena.
Colau en el ayuntamiento y Alemany en su coalición están sometidos al código ético de BComú. Y a cada movimiento sienten la espada de Damocles de sus viejos camaradas. Hace varios años que Colau le levantó la levita a un redactor del mismísimo The New York Times declarando en una entrevista que su marido mandaba en las tareas domésticas de la casa y llevaba al niño al colegio. Alemany procede en silencio; es el hombre de partido que maneja el ayuntamiento desde fuera, sin pertenecer al organigrama político de la institución. Pero tiene las espaldas anchas; se somete al escrutinio de quienes le acusan de utilizar información confidencial para sus intereses personales. Es el Ernest Maragall de Pasqual y el Manuel Nadal de Joaquim. Hace de Petronio frente a su emperador; pero él nunca quemará Roma ni morderá la mano que le da de comer.