Sea porque el foco está ahora en los tribunales, sea porque no se cumplieron con las expectativas, lo cierto es que los mensajes lanzados ayer por los dirigentes políticos del independentismo perdieron vigor. La Diada ha dejado imágenes potentes de una concentración que, baile de cifras a parte, invitaba a la soflama secesionista. Pero el día después de la que estaba llamada a ser la gran demostración del músculo separatista solo hubo frases desfondadas.
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, habló ayer por primera vez de pacto después de muchos días. Dijo estar dispuesto a negociar con el Gobierno español, mientras insistía en que el referéndum se llevará a cabo y que ningún tribunal puede inhabilitarle. No sería la única contradicción en la que incurriría Puigdemont en la resaca de la Diada. El dirigente convergente dice ahora que la figura del presidente de la Generalitat “está regulada en el Estatut”, pese a que, la semana pasada, el Parlamento de Cataluña era escenario de la aprobación de una ley de transitoriedad que se cargaba de un plumazo el texto estatutario.
¿Cansancio? ¿Falta de convencimiento? Lo cierto es que los líderes del independentismo catalán se han encomendado al poder de la calle, conscientes de que la acción de los jueces contra el referéndum será implacable. Pero la calle, el domingo, no respondió a las arengas de Puigdemont – “no es una Diada cualquiera”, dijo en su discurso institucional— o no lo hizo con una intensidad que haga prever futuras demostraciones de fuerza social. “La determinación del Govern es absoluta y esto ya está en manos de la gente”, había asegurado el domingo el portavoz y consejero de Presidencia, Jordi Turull, quien ayer tenía la vista más puesta en los Mossos d'Esquadra, pieza clave de la recta final del procés, que en garantizar la viabilidad de la supuesta votación de octubre.
Quema de banderas
La quema de banderas española, francesa y europea por parte de radicales independentistas se ha convertido en un clásico de la Diada. “La CUP ya optaba por la presión cuando no había proceso soberanista. Es un lenguaje que no es el nuestro, pero lo ha hecho siempre", dijo Puigdemont, desmarcándose así de hipotéticos incidentes de futuro.
Por su parte, el vicepresidente del Govern y líder de ERC, Oriol Junqueras, se dipo por inhabilitado y negó que se esté presionando a los alcaldes para que pongan las urnas. Se encomienda a la campaña por el sí que su partido y PDeCAT arrancarán este jueves a modo de “desobediencia” al Tribunal Constitucional y al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. El tribunal catalán que notificó ayer la querella por prevaricación, desobediencia y malversación de fondos públicos presentada por la Fiscalía contra los miembros del Govern. Y más allá de la responsabilidad penal que pueda recaer sobre Puigdemont y Junqueras, el cerco judicial sobre la logística del referéndum se estrecha. A estas alturas del procés, ambos dirigentes se miran de reojo, a ver quién es el primero en tirar la toalla, tras el bochorno que consejeros convergentes de la Generalitat confesaron sentir tras el espectáculo vivido la semana pasada en la Cámara catalana durante la tramitación de las leyes de ruptura. Y saben que, como mucho, el 1-O habrá una votación que ni será referéndum, ni tendrá legitimidad ni reconocimiento internacional. También habrá un día después, como ayer lo fue respecto a la Diada. Y el 2-O tiene visos de convertirse en el pistoletazo de salida a otros proceso: el electoral.