De la misma forma que Carles Puigdemont hizo un eslogan de la frase “Referéndum o referéndum”, los partidos constitucionalistas catalanes tienen razones para decir ahora: “Elecciones o elecciones”. El viernes pasado, el Parlamento catalán dibujó con exactitud el futuro inmediato del país, o al menos el futuro como lo imaginan los partidos con representación parlamentaria.
De los 135 diputados de que consta la cámara autonómica, 69 --o sea, la actual mayoría soberanista menos tres-- votaron contra el adelanto de elecciones autonómicas, mientras que 52 lo hicieron a favor y 10 se abstuvieron. Los que rechazan adelantar los comicios no solo lo hacen porque supondría admitir el fracaso del proyecto independentista, sino porque saben que los resultados podrían acabar con su actual mayoría, que es de escaños, pero no de votos.
Cambio de escenario
Quienes presentaron la moción y quienes votaron a favor pretenden dejar claro que el proyecto independentista ha fracasado, pero también tienen la esperanza de que, como señalan las encuestas conocidas hasta ahora, unos nuevos comicios hagan posible una mayoría parlamentaria distinta. Las últimas elecciones autonómicas catalanas normales se celebraron en 2010. CiU obtuvo 62 diputados, lo que le obligó a buscar aliados para gobernar, y lo hizo en la bancada del PP.
Dos años después, Artur Mas adelantó los comicios convencido de que la ola soberanista que se respiraba en Cataluña le llevaría a obtener 10 escaños más --así se lo aseguraban expertos como Francesc Homs--, pero en realidad perdió 12 y bajó a 50. En lugar de rectificar, el presidente de CiU porfió y volvió a recurrir a las urnas: en 2015 se presentó de la mano de ERC bajo las siglas JxSí y juntos obtuvieron 62 diputados, que con los 10 de la CUP hacían mayoría.
Así que, en este país, no es extraño ir a elecciones anticipadas. Y ese es el escenario que se dibuja después de un 1-O imposible, en el que no solo el Gobierno del Estado se dispone a impedirlo, sino que la Generalitat es incapaz de lograr las complicidades mínimas para que ese camello pase por el ojo de la aguja.
El caso de los 'comunes'
Ada Colau, que hasta la fecha ha pasado por ser la única capaz de hacer frente al tsunami independentista, está abandonando poco a poco su presunta ambigüedad. No va a poner las instalaciones municipales a disposición de la consulta si ésta no está perfectamente convocada, dispone de un censo presentable y tiene el respaldo democrático normal en Europa. Por tanto, elecciones o elecciones.
Todas las esperanzas de los unionistas están puestas en que el desafío soberanista lleve a Cataluña a una situación equiparable a la del País Vasco, donde el respeto a la Constitución es la línea roja, la frontera. Antes de cruzarla, todo es posible; incluso los pactos. Las encuestas dicen que unas nuevas elecciones podrían modificar la mayoría parlamentaria, ahora en manos de los independentistas. Los datos de La Vanguardia y El Confidencial, como la CEO, la oficial de la Generalitat --que disimula la intención de voto preguntando por la fórmula JxSí cuando es público que no se repetirá-- apuntan que el bloque independentista podría quedar en minoría.
Las especulaciones
El escalada de ERC, que rondaría el 30% de los votos, difícilmente compensaría el hundimiento de CDC (PDeCAT) y de la CUP. Sin embargo, Ciudadanos se mantendría con un leve retroceso, mientras que el PSC recuperaría posiciones y el PP se mantendría en torno a los 11 diputados. Catalunya Si que Es Pot (CSQP) o Catalunya en Comú, ya plenamente sumada a la marca Colau, mejoraría algo los 11 diputados actuales.
Las sumas de las prospecciones hablan de un empate, como el de 2015, pero con la posibilidad de una mayoría constitucionalista. Se ha de tener presente, además, que si las formaciones como la que respaldan Josep Antoni Duran Lleida, por un lado, y Antoni Fernández Teixidó, por otro, obtienen unas decenas de miles de votos, quizá no obtengan representación parlamentaria, pero desde luego se la restarán a la antigua CDC
Acuerdo difícil
Si los constitucionalistas catalanes anhelan las elecciones es porque entienden que pueden alumbrar un panorama radicalmente distinto, en el que el soberanismo pasaría a la oposición. Es un escenario difícil, pero posible. Es al que se refería Mariano Rajoy en su triunfalista balance del viernes, y con el que sueñan no pocos socialistas. No obstante, aun y con resultados electorales que respalden ese esquema, la gran pregunta es: ¿serán capaces los partidos constitucionalistas catalanes de ponerse de acuerdo para formar una mayoría de Gobierno? ¿El hecho de que el PSC no recurra la reforma del reglamento del Parlament ante el Tribunal Constitucional, como han hecho PP y C’s, significa algo o es solo un distanciamiento profiláctico?
Sea cual sea la respuesta, la estrategia de los partidos que no están por la desconexión con España pasa por unas nuevas elecciones, una nueva mayoría desde la que tal vez puedan ponerse de acuerdo con grupos como Catalunya en Comú para los grandes temas, como los Presupuestos. Una situación que, por otra parte, daría un respiro al soberanismo, que podría emprender una nueva estrategia más a largo plazo de la mano del único partido --la ERC de Oriol Junqueras-- que desde siempre ha luchado por la separación de España, una vez digerido el sorpasso del partido burgués que era CDC.