El embrollo secesionista parece haber entrado en punto muerto. Tras el anuncio de la fecha y pregunta del referéndum, así como de la ley catalana que debe darle cobertura, poco o nada se ha avanzado en el terreno de las concreciones. Mientras los independentistas desvían la atención de sus problemas internos hacia la falta de implicación de los comunes, éstos intentan ganar tiempo y mantienen la equidistancia respecto al 1-O.
PDeCAT, al más puro estilo convergente, ha vuelto a cerrar filas tras la traumática destitución de Jordi Baiget, exconsejero de Empresa, quien cuestionó la viabilidad del referéndum. Una postura que, más recientemente, compartió la presidenta de la Diputación de Barcelona y alcaldesa de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), Mercè Conesa. Otros miembros del Gobierno de Carles Puigdemont, como Santi Vila (sustituto de Baiget) o Jordi Jané (Interior) se sitúan en esa línea de tomar distancias del 1-O. Pero lo nuevos convergentes han decidido pasar página y buscar un nuevo enemigo a combatir: los comunes.
Laberinto de siglas
La órbita podemita en Cataluña es un laberinto ideológico y de siglas: comunistas, federalistas, independentistas, verdes, ecosocialistas... Sus responsables hablan de “transversalidad”, pero lo cierto es que el procés y el tránsito hacia la confluencia de izquierdas de Ada Colau –los comunes-- ha aflorado tensiones, egos y rivalidades internas.
En el vocabulario de los herederos del 15M, la autodeterminación suena bien. Pero otra cosa es seguir la estrategia rupturista de Junts pel Sí y la CUP. De ahí que el pasado fin de semana y tras un largo proceso de debate, votaran a favor de la movilización del 1-O, pero negando cualquier tipo de efectividad al referéndum. Demasiada ambigüedad para los independentistas, que acusan a Catalunya en Comú de posicionarse al lado del Estado “opresor”, y para los “unionistas”, que exigen a la formación de Xavier Domènech que se defina.
La postura de Colau
La presión es tan fuerte que los principales dirigentes de Catalunya en Comú se han visto obligados a tomar posiciones muy a su pesar. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, aseguraba ayer que facilitaría el voto en el referéndum, sin confirmar que esa predisposición al derecho a decidir iría acompañada de una cesión de locales municipales. Más distancia tomó Domènech, contrario a un 1-O “dudoso” que, está convencido, será prohibido por el Tribunal Constitucional. Domènech y Colau aseguran que, de celebrarse algún tipo de votación, irían a votar. Una postura contraria a la del líder de Podemos, Pablo Iglesias, quien aseguró que, si fuera catalán, no votaría el 1-O.
Un caso aparte, porque es un verdadero verso libre, es Albano Dante Fachin, el secretario general de Podem. A pesar de liderar la marca de Podemos en Cataluña, sus desacuerdos con Ada Colau –aseguran que, en realidad, es el marido de la alcaldesa, Adrià Alemany, quien hace y deshace en la órbita podemita-- le han convertido en un outsider. Hasta el punto de acudir a actos independentistas a los que Catalunya Sí Que Es Pot –actual grupo parlamentario catalán, embrión de Catalunya en Comú-- “boicotea”.
ERC marca distancias
Por su parte, ERC también parece escurrir el bulto en el proceloso debate refrendario. Al partido del vicepresidente Oriol Junqueras apenas le ha pasado factura este pulso secesionista contra el Estado, algo que sus socios de Gobierno le echan en cara. En efecto, los únicos cargos inhabilitados hasta ahora pertenecen a PDeCAT –Artur Mas, Francesc Homs e Irene Rigau; además de Joana Ortega--, mientras que los republicanos han resultados indemnes. Es más, el partido de Junqueras ha expresado sus recelos sobre la predisposición de los convergentes a llegar hasta el final. Excepción hecha de Carles Puigdemont, sin nada que perder, pues no parece tener intención de ser candidato a la presidencia de la Generalitat.
A los republicanos también les interesa erosionar la imagen de los comunes, un importante rival electoral al que se tendrán que enfrentar en las futuras elecciones catalanas y que podría convertirse en socio de Gobierno.
¿Y la CUP? Los antisistema también golpean a los comunes donde más les duele, es decir, en sus “semejanzas” con los partidos unionistas que rechazan el referéndum. Marcar el paso al Gobierno de Puigdemont desde fuera les permite ver el 1-O desde la barrera. Como si la cosa tampoco fuera con ellos. Si fracasa, es culpa del sistema. Si triunfa, sería gracias a su tesón.