La dimisión de Pedro Sánchez no es el final de una crisis que va para largo, sino la constatación de que el secretario general del PSOE no controla el partido. Son los barones, los dirigentes territoriales, los que tienen en su mano la administración del poder, aunque sea la pedrea, el único poder que en estos momentos pueden repartir los socialistas.
Quienes mandan en los territorios no solo han descabezado al partido, sino que lo han dejado sin hoja de ruta. Lo que supone garantizar, como poco, dos legislaturas al PP, pero a cambio queda meridianamente claro quién manda en el partido.
Qué quiere el partido
El problema está en que no siempre es fácil ver qué quiere el partido. Y, sin embargo, quien no sepa detectarlo está perdido. El comité federal del PSOE decidió “no” a la investidura de Mariano Rajoy, pero ha cambiado de opinión sin decirlo y sin votarlo.
Sánchez tendría que haber montado el andamiaje para asumir y presentar el giro en sociedad. Pero no quiso. Anoche mismo dijo en su despedida que no podía defender una idea que rechazaba, cuando en realidad el PSOE no ha cambiado formalmente de postura. Se refería a lo que casi ningún barón --al margen de Felipe González-- ha admitido en público, pero que está en el fondo de este pelea tumultuosa: hay que allanarse ante Rajoy para que España tenga Gobierno.
Por otro lado, el comité federal había puesto la línea roja en la negociación con los independentistas, y en eso nada ha cambiado. El secretario general saliente tendría que haberlo visto y dejar de marear la perdiz con el Gobierno Frankenstein, como dicen con sorna los castizos del PP.
Pero también es verdad que con Pedro Sánchez salen despedidos todos sus apoyos, federaciones enteras, como la catalana. Miquel Iceta, una voz sensata dentro del socialismo español y del Parlamento catalán, también pierde. El PSOE que ambos personifican es el único partido español de la centralidad que ofrece una posibilidad, por pequeña que fuese, de reconducir el conflicto catalán con sensatez.
La baronesa
Sánchez fue elegido por los militantes, el primer secretario general que contó con ese aval. Pero como dijo Susana Díaz el jueves, el partido no es solo de los afiliados, sino de los votantes; incluso de los no votantes, de los españoles. Y quien administra ese patrimonio es quien puede hacerlo: ella y el resto de los barones. En el mismo discurso, la presidenta andaluza se permitió hacer una alusión personal --sin venir a cuento-- a Javier Fernández, el presidente nada menos que de Asturias. Era su forma de señalar quién sería el relevo de Pedro Sánchez cuando éste hincara la rodilla.
El dimisionario pensaba que podía ganar el pulso, pero si no era bastante el 46% de la comisión ejecutiva que se rebeló, ayer el 56% del comité federal también se le puso enfrente.
No tuvo más remedio que tirar la toalla, y no porque el comité federal aprobase un cambio de voto frente a la investidura de Rajoy, como advirtió el viernes que haría, sino porque fue derrotado. Permitió una votación a mano alzada, como las que promueven los comités de empresa cuando quieren que se apruebe una propuesta de huelga. Una ingenuidad imperdonable.
Pero, a todo esto, la gran pregunta que se hacen los afiliados, los votantes y los no votantes del partido sigue en pie. ¿Qué harán los 85 diputados del PSOE si Mariano Rajoy vuelve a pesentarse a la investidura?