Está claro que el PSOE ha sacado los peores resultados de la democracia: solo ha obtenido 85 diputados. Pero esos datos, que en votos y porcentaje --en torno a los 5,5 millones y al 22%-- no son muy distintos de los obtenidos el 20D, no sirven por sí solos para hacer un buen retrato del partido en este momento.

En otras circunstancias, Pedro Sánchez, su secretario general, estaría redactando la carta de dimisión. Pero el fracaso de su gran rival en la izquierda, Pablo Iglesias, le ha dado un balón de oxígeno. Todas las encuestas previas daban por hecho el sorpasso, el adelanto de la coalición Unidos Podemos y el hundimiento de los socialistas; y no han pasado ninguna de las dos cosas.

Los barones

Sánchez inició su andadura al frente del PSOE con el desafecto de una buena parte de los barones territoriales, que objetivamente han contribuido a la pinza que el PP y Podemos han establecido en torno al PSOE, pero que su secretario general ha sabido eludir manteniendo el rumbo como partido responsable comprometido con la gobernabilidad del país.

En definitiva, ha podido rentabilizar su trabajo parlamentario como candidato a la presidencia del Gobierno cuando se sometió al voto de investidura.

Y ha tenido mucha más suerte que su compañero de proyecto de coalición, Albert Rivera, cuya oferta ha quedado desdibujada en la campaña de los extremismos que tan buen resultado le ha dado al PP.

La presidenta andaluza

Susana Díaz, la presidenta de Andalucía, y gran alternativa de Sánchez dentro del PSOE, no ha podido frenar el tsunami pepero en su propio territorio, lo que le quita fuerza como contrapoder a Pedro Sánchez.

El secretario general del PSOE ha sabido sacar a su partido del papel de bisagra que le había otorgado con astucia Mariano Rajoy. Ahora será Ciudadanos, tan proclive a un entendimiento con el PP, el que deberá jugar ese rol. El PSOE yo no es necesario: seguirá en la oposición como primer partido, por delante de Podemos.