Ciudadanos irrumpió en el escenario español con una estrategia centrista que bebía del liberalismo económico y de la socialdemocracia en materia de política social. Una estrategia planteada como centrismo, pero que su líder, Albert Rivera, utilizó en clave partidista para dotarse de un margen de maniobra a la hora de pactar. Dar apoyo al PP en la comunidad de Madrid y al PSOE en Andalucía supuso una buena tarjeta de presentación, pero la hora de la verdad llegó con las generales del 20 de diciembre y su pacto con el PSOE.
Regeneración de la derecha
Parte de su electorado, el que le vino prestado el PP, no se lo ha perdonado. Estos votantes querían regeneración, sí, pero interna, conscientes de que la derecha estaba necesitada de nuevos aires debido a los casos de corrupción que afectaban al PP. La entente con el partido socialista fue una apuesta tan arriesgada como fallida. Rivera siempre se negó a hablar de sillones, pero eso solo ha añadido confusión. ¿Una alianza gratis? En paralelo, el discurso territorial de Ciudadanos, otrora muy contundente, ha experimentado un giro igualmente errático en el que han desaparecido las críticas a la inmersión lingüística y la beligerancia sobre la unidad de España. El cabeza de lista por Barcelona Juan Carlos Girauta, tuvo que matizar unas declaraciones en favor de la inmersión.
En solo seis meses, ha pasado de los 40 diputados obtenido el 20D a 32. En el camino ha perdido casi 400.000 diputados –ha obtenido 3.120.379 votos frente a los 3.514.528 de la anterior cita electoral--. También ha bajado en porcentaje de votos, al pasar de un 13,94% a un 13,05%. Si sus resultados fueron alguna vez decisivos, ahora apenas lo serán. Rivera será un actor secundario en el futuro escenario de pactos.