El segundo cara a cara televisivo entre Pablo Iglesias y Albert Rivera no ha sido tan dulce como el primero. La misma cadena, La Sexta, y los mismos personajes: los dos políticos y el periodista Jordi Évole, pero ahí acaban las coincidencias.

En el modesto bar Tío Cuco del populoso Nou Barris de Barcelona hubo diplomacia, cortesía y amabilidad, mientras que ocho meses después en el elegante Círculo de Bellas Artes de Madrid ha habido navajeo, crispación, acusaciones y distancia. Uno con corbata, sin chaqueta y tejanos; el otro, con camisa sin cuello y pantalones deportivos. Uno --Iglesias-- con bolígrafo y apuntes, y el otro sin papeles. 

Ventaja para Podemos

Ahora son claros adversarios, mientras que en octubre de 2015 --aquel debate tuvo un 25% de cuota de pantalla-- aún no sabían en qué medida lo serían. Las urnas del 20D pusieron a Podemos por delante de Ciudadanos, después los de Pablo Iglesias adornaron la negativa, pero lo cierto es que vetaron a los de Albert Rivera en un Gobierno en torno al PSOE de Pedro Sánchez.

Las encuestas anuncian más distancia entre ambos a favor de Podemos. Por eso, la lucha es a muerte. Y el arma arrojadiza, Venezuela. Aunque parezca mentira, ha sido el país latinoamericano que tanto ocupa a los políticos españoles de todos los colores el que ha señalado el punto más álgido de las hostilidades.

Rivera estuvo en Caracas hace unos días, pero no pudo visitar a Leopoldo López, preso por el régimen. Una visita que si pudo cumplimentar el sábado pasado otro español, José Luis Rodríguez Zapatero.

"Tú que tienes mano"

“Pablo, te voy a pedir una cosa: tú que tienes mano y que conoces a la gente del Gobierno de Nicolás Maduro, ayúdanos a sacar a los presos políticos. Comprométete aquí, en esta mesa, a luchar para que Venezuela saque a los presos que tú consideras terroristas o que Monedero ha dicho que son golpistas”.

La frase iba dirigida a la yugular de Iglesias, que se ha defendido atacando el punto flaco de Ciudadanos, su supuesta cercanía al PP.

El ventrílocuo

“Algunos entienden que hablar de Venezuela es una cuestión que les beneficia electoralmente --se ha defendido Pablo Iglesias--, lo cual me parece muy respetable. Y la gente se ha dado perfectamente cuenta, porque, además, hay un ventrílocuo. Es decir, lo mismo que dice el Partido Popular es lo que dices tú. Lo que pasa es que a algunos les preocupan los derechos humanos según dónde”.

La estrategia de Rivera es acusar a Iglesias de intransigente, amigo de los comunistas y de no querer la formación de un Gobierno para que se repitieran las elecciones generales. Desde su punto de vista, aludir a la cal viva en el Congreso es una demostración calara de que nunca quiso formar Gobierno con el PSOE. El líder del Podemos lamenta que a veces se utilice un tono demasiado bronco en el debate, pero en el debate ha evitado lamentar su acusación.

Iglesias, por su parte, basa su relación con Ciudadanos en asimilarlo al PP, ya sea como filial ocomo "agencia matrimonial PP-PSOE". Por eso, en este debate ha llevado la iniciativa en lo que a presión sobre su adversario se refiere. La iniciativa en los temos ha correspondido al moderador, mientras que en agresividad ha sido para Iglesias. 

Iglesias y Rivera no se disputan el mismo electorado, ni de lejos. Pero la estrategia de la polarización que impulsa el PP beneficia a Podemos y perjudica a Ciudadanos, puesto que como le ocurre al PSOE, quedan fuera del escenario de la crispación, que intenta convencer a los electores de que solo hay dos opciones: un extremo o el otro.