No amaneció un gran día para las manifestaciones. Septiembre acostumbra a generar sorpresas climatológicas que este 2015 resultaron adversas para la organización de la Via Lliure, la principal manifestación política convocada con motivo de la Diada Nacional de Cataluña y al inicio de la campaña electoral del 27S. Fueron muchos los asistentes al acto independentista, convencidos y activistas en buena parte. Muchos sí, pero menos que otros años e, incluso, inferiores en número a las expectativas políticas generadas.

De nuevo el correcto y minucioso marketing político funcionó como un reloj de precisión suizo. El cromatismo de la manifestación fue convenientemente realizado por las cámaras de las televisiones, en especial de la pública TV3. Los organizadores hicieron gala otra vez de una perfecta simbiosis con los medios audiovisuales que secundan la causa soberanista y el desarrollo del acto político pareció, como en las dos convocatorias anteriores, un guión cinematográfico ensamblado con estilo.

No salen las cuentas de asistentes

Pero las cuentas de la movilización vuelven a fallar. La Guardia Urbana que ahora manda Ada Colau desde el Ayuntamiento de Barcelona se apresuró a decir que asistieron 1,4 millones de personas a la avenida Meridiana. Otros cálculos que podrán conocerse con exactitud en las próximas horas y que se amparan en los últimos avances tecnológicos para realizar el recuento sopesan en cambio una cifra muy inferior.

De hecho, los 5,2 kilómetros de longitud que tuvo el encuentro político y el promedio de anchura de la avenida norte barcelonesa (entre 30 y 35 metros, según los tramos) hacen imposible reunir a una cifra de asistentes como la que manejó la policía local barcelonesa. Si hubiera una densidad de 3 o 3,5 manifestantes por metro cuadrado, la capacidad total de ese encuentro sería de unas 640.000 personas. Lejos, por supuesto, de las cifras esgrimidas por la Urbana y difundidas de forma inmediata por el aparataje mediático nacionalista.

Menos participantes

Los especialistas calculan que la realidad es que al computar cosas como algunos huecos en laterales de la Meridiana y realizando los cálculos de densidad de asistentes algo menos apretados, en la manifestación se reunió alrededor de medio millón de personas. Cifra similar a la difundida por la delegación del Gobierno en Cataluña, que situó la asistencia en una horquilla de entre 520.000 y 550.000 personas. En cualquier caso, una cifra inferior a los 800.000 manifestantes que pudieron contabilizarse en la Via Catalana de 2013, por ejemplo, gracias a las técnicas de las fotografías aéreas.

Sea el mal tiempo, la apertura de la campaña electoral, la división de algunos partidos y formaciones políticas con respecto al objetivo de la independencia catalana, lo cierto es que los partidarios de esa opción secesionista se movilizaron de nuevo en una suma considerable.

Mas, de nuevo con Òmnium y la ANC

El acto, de una pulcritud cívica y organizativa indiscutible, repleta de actividades lúdicas y festivas, acabó con los clásicos parlamentos que exaltaron los objetivos políticos últimos de la convocatoria, pero también el tono ilusionante que la organización pretende darle siempre a estas manifestaciones.

La revolución de las sonrisas, de la cartulinas de colores, la integración de culturas y razas fueron, de nuevo, argumentos expresados por los oradores en una liturgia que empieza a ser un clásico. “Orgullo, confianza e ilusión”, resumió Mas en su aparición posterior ante las televisiones. 

Menos justificable, en cambio, por redundante e incoherente, se antoja la visita que los representantes de la ANC y Òmnium Cultural realizaron al presidente de la Generalitat, Artur Mas, tras acabar el acto. Mas en teoría recibe a los líderes de esas entidades en su papel institucional, como si el President no fuera compañero de lista electoral de ambas organizaciones para unos comicios que se celebrarán en dos semanas y para los cuales ya se ha comenzado a pedir el voto.

¿Desmovilización, hartazgo?

Que todo el aparataje nacionalista se lanzara de nuevo a una masiva concentración en la calle, la cuarta consecutiva, tenía en esta ocasión una finalidad más concreta que antaño: movilizar al electorado independentista ante el pulso que el 27S han lanzado sus dirigentes en clave de votos y escaños. El propio Mas recordó eso: “En la calle se influye, en las urnas se decide”. Un claro y diáfano llamamiento a la movilización del voto y en un tono que no tuvo ningún reparo en hablar del gobierno central y su eventual “orgullo imperial”.

Como si de una resaca política se tratara, no fueron tantos como en anteriores ocasiones, ni el ambiente general en los medios de comunicación y en las redes sociales tuvo el mismo tono que estos últimos años. No asistió Unió, faltaron muchos de los dirigentes de la izquierda catalana, las elecciones estuvieron presentes en cada milímetro del trazado y el propio presidente confundió los papeles de candidato y jefe del Ejecutivo del conjunto del país en su alocución a los catalanes.

La suerte del independentismo, tras su nueva demostración de fuerza, parece supeditada, ahora más que nunca, a poder mantener el pulso con el gobierno del Estado después de unos eventuales resultados positivos en las urnas. La solución, en 15 días.