El 25 de julio de 2014 cambió la historia de Cataluña. Contra todo pronóstico, el padre del nacionalismo catalán contemporáneo, Jordi Pujol Soley, hacía público un comunicado en el que confesaba que durante los últimos 34 años -lo que incluía los 23 en que fue presidente de la Generalitat- había ocultado al fisco en el extranjero una fortuna de dudosa procedencia.
Hasta entonces, Pujol gozaba de una imagen envidiable en el mundo del catalanismo. Era el referente. Aquella confesión lo cambió todo. Un año después el pujolismo es sinónimo y ejemplo de corrupción. Pero las consecuencias no terminan en la caída de un falso ídolo, sino que han ido mucho más allá.
El fin del nacionalismo como código ético
El principal efecto político del hundimiento del mito de Pujol ha sido el fin del concepto del nacionalismo como código ético. Durante muchos años, Pujol vendió la imagen de que su único interés era servir a Cataluña. Y la mayor parte de los medios catalanes la compraron.
Sus apelaciones a la honradez y la honestidad eran frecuentes en sus intervenciones. Incluso en el resto de España había una cierta admiración hacia el orgullo identitario de la burguesía catalana encarnada en la figura de Pujol. Todo eso se truncó de golpe hace ahora un año. El discurso del nacionalismo quedó deslegitimado y perdió su credibilidad moral.
Cataluña, un cortijo del nacionalismo
Más allá de las prácticas corruptas de Pujol, el derrumbamiento de su figura también ha traído asociado la revelación de una realidad: la patrimonialización de Cataluña por parte del nacionalismo.
La Oficina Antifraude de Cataluña, en su informe de seguimiento de los trabajos de la Comisión de Investigación sobre el Fraude y la Evasión Fiscales y las Prácticas de Corrupción Política -más conocida como 'comisión Pujol'-, llega a una conclusión contundente: hay “una inadecuada relación entre política y negocios”, además de una falta de “organismos de control” públicos para poder combatir adecuadamente la corrupción.
Las comparecencias en la comisión no han aclarado demasiadas cosas, pero sí han permitido constatar la existencia de un “alto grado de tolerancia hacia conductas éticamente reprobables”. También han servido para comprobar la falta de transparencia en la relación de los lobbies con el poder político.
La CUP, 'monaguillos' del nacionalismo catalán
Tangencialmente, la comisión creada a raíz de la confesión de Pujol ha servido para derribar otro mito que se había ido creando en los últimos años: el supuesto espíritu revolucionario de la CUP.
La desigual actitud de uno de líderes de la formación, David Fernàndez, frente a Rodrigo Rato -al que amenazó con una sandalia en el Parlament durante la comisión sobre las cajas de ahorro- y frente a Pujol -con quien mostró un compadreo sonrojante durante la comisión sobre corrupción-, permitió visualizar que la CUP no son más que una suerte de 'monaguillos' del nacionalismo.
ERC, incapaz de hacerse con la hegemonía del nacionalismo
Otro de los aspectos que se han visualizado durante el último año ha sido la falta de capacidad de ERC para hacerse con la hegemonía del nacionalismo catalán.
La caída de Pujol dejaba a CDC muy tocada -hasta el punto de estar preparando su refundación- y parecía poner en bandeja a ERC el liderazgo del nacionalismo. Pero han sido incapaces de actuar como un partido de poder. Ni siquiera se han atrevido a hacer sangre del caso Pujol. Y un año después de su confesión, el panorama político muestra a un Oriol Junqueras que se presentará a las próximas elecciones autonómicas en el quinto lugar de una lista híbrida que diluye las siglas de su formación y que pretende hacer presidente de la Generalitat al líder de CDC.
El lamentable papel de la prensa
La constatación del lamentable papel de la prensa catalana -generosamente regada de subvenciones- es otra de las consecuencias de la confesión de Pujol. Ninguno de los principales diarios se había atrevido nunca a tirar del hilo de los innumerables indicios de corrupción en el entorno del ex presidente de la Generalitat. En cambio, después del 25 de julio de 2014, sorprendentemente no faltaron los periodistas que aseguraron que sabían que Pujol no era trigo limpio.
Uno de los testimonios más significativos fue el de Lluís Foix. En el pasado mes de abril, el ex director de La Vanguardia confesó que “control político” de la prensa por parte de la Generalitat era total durante el pujolismo, “más o menos como hoy”, añadía, apuntando a Artur Mas.
"Aquí había un oasis de aguas igualmente putrefactas, una fosa séptica perfumada, un silencio clamoroso por parte de todos. […] Si Pujol escribía una entrevista, toda entera, con preguntas y respuestas, se tenía que publicar sin tocar ni una coma”, aseguró. Y fue aún más allá: “Muchos sabíamos que había cosas que no iban bien. Olíamos corrupción pero no la investigábamos”.
Lo cierto es que ninguno de los innumerables casos de corrupción que desde los años 80 han salpicado a Pujol y a su entorno fue destapado por la prensa catalana. Nadie se atrevió nunca a cuestionar el extraordinario y fulgurante enriquecimiento de su círculo más cercano de empresarios y familiares. Tampoco lo hizo la oposición de izquierdas, que demostró un complejo sin parangón en otras latitudes del país, y que todavía hoy adolece.
El control absoluto de la sociedad, una estrategia planificada por Pujol
En realidad, el control político, económico y social que Pujol ejerció en Cataluña durante décadas de forma inmisericorde y que ahora ha quedado al descubierto respondía a una minuciosa estrategia.
El 28 de octubre de 1990, El País y El Periódico de Catalunya revelaron que CiU preparaba un plan para inocular el sentimiento nacionalista en todos los ámbitos de la sociedad catalana. Así lo recogía un informe atribuido a Pujol que preveía hacerse con el control de todos los ámbitos: educación, medios de comunicación, finanzas, sindicatos, justicia, funcionarios, asociaciones culturales y de ocio, e incluso en el ámbito internacional. Hoy puede comprobarse que lo previsto en ese documento, que tenía por objetivo avanzar en la “construcción nacional” de Cataluña, se ha cumplido casi al 100%.
Mas, el heredero
De hecho, el giro independentista de Artur Mas y su equipo -aquellos que La Vanguardia denominaba “talibanes” hace algunos años- solo es la evolución natural de la estrategia concebida por Pujol.
En ese sentido, y aunque en un principio Mas no entraba en los planes de futuro de Pujol -que siempre pensó en promocionar políticamente a alguno de sus hijos-, finalmente ha adoptado el papel de heredero del sistema pujolista. El nuevo apóstol del nacionalismo catalán ha asumido y perfeccionado el discurso victimista que siempre practicó su padre político y no ha dudado en evitar reprobarle públicamente.