Poca cosa se puede decir en defensa de Rodrigo Rato, salvo vaguedades sobre la presunción de inocencia y la pena del telediario. La perspectiva catalana del asunto incide en las comparaciones con el caso del clan Pujol, en el que Rato no desentonaría. Antes de entrar en honduras sobre el ombligo catalán, hay un aspecto favorable al ex director gerente del FMI y es que su sucesor, Strauss-Khan, es un sátiro y Rato no va por ahí asaltando a las mujeres.

Cosa catalana. Los más refinados, reputados y sofisticados analistas de la prensa local atribuyen al asunto de Rato consecuencias de profundo calado sobre el sistema de la Transición. El impacto de la mano de un agente de Aduanas (que viene a ser como un inspector fiscal con pistola) en el cogote, colodrillo o pescuezo de un ex vicepresidente del Gobierno de España da de suyo para predecir incluso el fin del papel moneda a favor de las tarjetas. Negras, por descontado. La carga de profundidad contra el PP que implica el recuento societario de Rato es innegable. Tania Sánchez lo explicaría en términos de "relato roto" mientras que para el catalanismo es una prueba más de la quiebra de España. Fin de la historia.

Es tan prematuro el momento para calibrar los desperfectos como aventurado fue el predecir un cataclismo soberanista tras la confesión del gran patriarca. No ha pasado ni un año de la abdicación del Rey y el sol persiste en asomar por oriente y no por donde según se mire. Aquí ha habido una infanta en el corredor de la infamia de un juzgado. Aquí ha cesado el Rey en medio de un rosario de escándalos y operaciones, quirófanos al margen. Y dos meses después, Felipe VI ya había recuperado el brillo de la Corona. De ahí para abajo, la suerte de un expresidente autonómico y su familia, o la de un ex vicepresidente del Gobierno es caza mayor, pero no de elefantes.

No hay especies protegidas en España. Hay algunas, eso sí, con un indudable valor cinegético y culinario. Si lo de Pujol era como un jabalí con toda la piara, lo de Rato sería un hermoso ejemplar de venado con una cornamenta de trofeo. Pero aquí no acaba la cacería. Hay más de setecientos conejos, liebres, perdices, caimanes, loros y puercoespines en lista de espera, de modo que es poco probable que lo de Rato sea el acabose como no lo ha sido lo de Pujol, quien reapareció en público de la mano de Mascarell el pasado miércoles en un acto de homenaje a los donantes y contribuyentes del Arxiu Nacional de Catalunya. También estaba Pasqual Maragall. Un día antes, Rato copaba las portadas. Y llegará el día en el que otro sujeto supla a Rato en la galería de los quién lo iba a decir.

Contra los tópicos, Italia sería un jardín de infancia en comparación con el burdel ibérico. Pero ha ocurrido y ocurre en todas partes, de Islandia a Portugal y de Francia a Grecia. Es como la gripe, que en su día se llamó española. Y se la bautizó de tan desdichada manera porque pasó en 1918 y sólo se habló de la pandemia en la prensa española, que no estaba bajo la censura de los países en guerra.