Teresa Giménez Barbat, antropóloga y escritora, en un artículo publicado este domingo en Abc:
"[...] Cuando Quebec aprobó sus radicales leyes lingüísticas en 1970, cientos de miles de residentes cogieron la ruta hacia la frontera con Ontario. Lo cuenta el canadiense Steven Pinker sobre la comunidad judía -muy sensible a las leyes que suenan a discriminación- en su libro 'Los ángeles que llevamos dentro'. Se marcharon masivamente a Toronto. Y la fuga de cerebros ya no cesó. Michael Ignatieff, otro canadiense, denuncia la política lingüística de Quebec en su libro 'Sangre y pertenencia: viajes al nuevo nacionalismo'. Cuenta algo con cierta similitud a la experiencia en mi Comunidad, Cataluña. La red de escuelas públicas de habla inglesa no puede por ley aceptar la entrada de hijos de familias francesas. Y eso a pesar de que las escuelas privadas inglesas están llenas de hijos de quebequenses cuyos padres quieren que sean bilingües. ¿Le suena esto? Recuerda con dolor la sacudida que significó cierta carta bomba en un buzón del barrio inglés de Montreal en 1963 y el asesinato de un político canadiense, Pierre La Porte, al final de esa década. Y reflexiona: 'La idea de que hubiera quebequenses, aunque fueran pocos, que odiasen de tal modo Canadá que estuvieran incluso dispuestos a matar hizo que todo canadiense inglés se despertase del feliz aturdimiento en el que hasta entonces había vivido'.
Afortunadamente, no hubo más violencia, aparte de la moral. El programa de 'normalización' lingüística se impuso. Pero, como constata Tyler Brûlé, 30 años más tarde se comprueba que esas leyes lingüísticas acarrean pobreza en todos los sentidos importantes".