En la primavera de las encuestas es difícil encontrar confirmación a las tendencias de fondo. No hay día sin sondeo y todos afilan el corte por el mismo lado, el de la fragmentación de la audiencia. En Cataluña, la hipótesis principal es la de un parlamento con nuevos actores y nuevos equilibrios. En el resto de España, la proyección de Podemos actualiza con sal gruesa las viejas utopías de la izquierda. La política es un tiroteo en el ascensor. Los rebotes de las balas liquidan a los autores de los disparos.
En la confusión rigen la teoría de la relatividad y la velocidad terminal. El ejemplo del renovado Artur Mas es el clavo al que se aferran quienes según la mancia de la demoscopia sufren devastadores naufragios. El PP sería el principal damnificado de la mezcla agitada entre la corrupción y una teórica furia latente contra todo poder establecido. En Cataluña, en cambio, sucede todo lo contrario, el poder establecido se revuelve contra sí mismo. Contradictorio y probablemente absurdo, pero cierto: Artur Mas, al que llaman "Robocop" en ERC, toma la delantera electoral. Como el Correcaminos, Mas, Mas.
Junqueras y Mas se odian sin ningún disimulo. No se pueden ni ver, lo que revela y renueva la importancia del factor humano en la geoestrategia de la política. Mas no perdona a Junqueras que no citara la querella de la Fiscalía en su último sermón. Además, el dirigente de ERC debe ser a estas horas y aparte del portero del Español el sujeto más presionado de Cataluña. El rebote de Carme Forcadell es colosal, radical y devastador. La crispada gestualidad de la Agustina de Aragón del "bloque soberanista", según la terminología oficial, es la evidencia de la fragilidad del teórico bloque. Y el nacionalismo "cívico" rema a favor de las teorías del "president".
"Robocop" dispone además de un airbag que lo protege de los letales efectos que la corrupción tiene en el resto de los mortales. La estelada es el más eficaz chaleco antibalas. Mientras el PP está al borde del k.o. por los casos Bárcenas, Púnica, Gürtel, pequeño Nicolás, Fabra, Matas, Mato, Rato, etcétera, etcétera; la mandíbula de hierro del "proceso" soporta impertérrita el caso Pujol, el caso Palau, el embargo de la sede, el tema de las ITV, el temazo de la Sanidad, lo de Lloret de Mar, lo de Andorra, lo de más allá y al cuerpo en pleno de gerentes, prebostes y chanchulleros de las diputaciones provinciales.
Ese mismo fenómeno, plomo en las alas de la gaviota, es un incendio en el polvorín del PSOE y el hundimiento del acorazado Podemos. En menos de lo que dura una temporada en televisión, Pablo Iglesias ha pasado de fenómeno mediático a agente tóxico. Está nominado para abandonar la casa, no les digo más. Las supuestas actividades inmobiliarias de su "compañera sentimental", Tania Sánchez, dirigente de Izquierda Unida, chirrían en un relato vallecano de amor y superación, así como el picaresco asunto del "profesor" Errejón, que no salió estajanovista precisamente. El foco sobre la casta universitaria muestra un desastre que simboliza a la perfección la morgue de la Facultad de Medicina de la Complutense, con los cadáveres donados a la ciencia tirados por los rincones. En España no hay crédito, no hay empleo, no hay justicia, no hay derecho y ahora tampoco hay universidad.
Como Mas va de que todo le da igual porque ya está imputado resulta que le rebotan sus propias balas (de ahí también lo de "Robocop"). El viernes pasado fue su día redondo. Comenzó de copiloto con Felipe VI y acabó aclamado por el público que asistía a la función del musical "Polònia", según informaba el "e-noticies". La fotografía con el Rey es tan compleja como el retrato de la familia de Juan Carlos I de Antonio López.
La escena del seat entre Mas y Felipe VI sugiere la inauguración de un ciclo nuevo, en el que es más previsible que sea el Estado quien modere su lenguaje en vez de Mas. El próximo día 11 está prevista una visita sonora del Rey, o sea, con discurso.
Las conferencias son tendencia, eso sí que está claro.