Una afirmación en la entrevista que concedió el presidente Mariano Rajoy a Radio Nacional de España el pasado jueves, con motivo del segundo aniversario de la victoria electoral del PP, provocó la perplejidad de muchos periodistas pero hizo sonreír a los dirigentes de su partido. "Es Mariano en estado puro", decían. ¿Qué había dicho Rajoy? Pues algo que define su carácter, su manera de actuar, o, mejor, de no actuar. "No tengo intención de remodelar el Gobierno antes de Navidad y, si puedo, en toda la legislatura".
No es que al Ejecutivo no le haga falta un remozado, le hace falta una rehabilitación profunda. Pero Rajoy es de una manera de ser que no le da demasiada importancia a cosas que para el resto de los humanos suponen graves preocupaciones. Lo cuentan sus colaboradores. O es eso, o es que le da vértigo decidir. Porque la opinión de que el Gobierno necesita una remodelación para retomar impulso está muy extendida entre dirigentes y diputados del PP, que admiten en privado que algunos ministros "están abrasados".
Citan al titular de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, que a la amplia oposición a su reforma educativa suma varias meteduras de pata e incluso una regañina pública de la Comisión Europea. Señalan también a la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, a la de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, incluso, algunos, al de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, que tantos días de gloria le regala a la oposición con afirmaciones, como la desmentida por los datos del propio Instituto Nacional de Estadística, de que "los salarios no están bajando, están creciendo moderadamente".
Entre dos aguas
"Yo conozco muy bien a Rajoy -explica una dirigente popular- y si fuera por él no haría nada, ni cambiar el Gobierno, ni nada de nada. Solo dejar que el tiempo actúe sobre las cosas". Pero esa forma de ser del presidente causa quebranto en las filas populares, porque preferirían que afrontara con más determinación asuntos muy difíciles que tiene sobre la mesa. No sólo tiene que hacer frente a la crisis económica -para la que sigue con obediencia franciscana las instrucciones de la troika-, también debe dar respuesta a una grave crisis política e institucional y, especialmente, tratar de evitar que estalle el polvorín catalán. No parece, sin embargo, que Rajoy tenga intención de abandonar su impasibilidad ante ninguna de estas cuestiones.
En el tema catalán, por ejemplo, nada entre dos aguas. Entre el sector duro que encabeza el ex presidente José María Aznar, quien la pasada semana defendía la necesidad de recuperar la pena de cárcel para la convocatoria de consultas ilegales, y el sector más moderado al que le gustaría que el Gobierno se sumara a algún tipo de tercera vía. Rajoy, sin embargo, sigue, al menos aparentemente, confiando en que las aguas del independentismo vuelvan al cauce del autonomismo por sí solas. "Espero que se imponga el seny del que tanto se habla en ocasiones. Yo haré cuanto esté en mis manos para que así sea". No precisó qué hará.
Y más allá del tiempo que dice que ha dedicado en estos meses a "pensar" en el problema catalán, no consta que se haya movido mucho. Ni siquiera para apoyar a Alicia Sánchez-Camacho cuando llevó a la dirección nacional del PP el proyecto de financiación singular para Cataluña. Ni para responder a la petición del líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida, formalizada en el Congreso de los Diputados, de que actúe para evitar "una declaración unilateral de independencia". Ni cuando el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, le expone su proyecto de reforma de la Constitución para buscar una salida a la tensión catalana.
Un dilema
Sí parece que en las últimas semanas habla con Rubalcaba sobre Cataluña y se supone que intercambian opiniones sobre cómo afrontar el problema. Y en su partido hay algunos dirigentes destacados que piensan que sería bueno un acuerdo de los dos grandes partidos españoles para buscar un mejor encaje a Cataluña en España. Pero salvo el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo, ni el presidente, ni nadie del Gobierno se ha manifestado a favor de encontrar una fórmula de ese tipo.
Y también hay dirigentes populares que piensan que una política de dureza con Cataluña -donde tienen unas expectativas electorales reducidas- les puede reportar, como en ocasiones anteriores, réditos electorales en otras partes de España.
Un dilema, el interno, que también exigiría al presidente del Gobierno tomar posición. Porque, como también dicen algunos dirigentes de su partido, la inacción es una manera de actuar, y en este caso el inmovilismo les daría la razón a los que pretenden esto último, ganar votos a costa de la tensión catalana.