El independentismo radical se manifiesta para tumbar el régimen del 78 / EUROPA PRESS

El independentismo radical se manifiesta para "tumbar el régimen" del 78 / EUROPA PRESS

Zona Franca

Sánchez y la perversión del independentismo

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Elecciones. El 28 de abril. No daba más de sí. Pedro Sánchez pretendía algo imposible. Pero, pese a todo, aunque se le acuse de buscar más su propio provecho que el del conjunto de España, ha intentado algo que seguirá en el centro de la política española en los próximos años. No se ha abrazado al ‘diablo independentista’, como pretende hacer ver el PP de Pablo Casado y Ciudadanos, un partido conducido hasta ahora por Albert Rivera. Pero es cierto, y eso lo debe admitir el equipo de Sánchez y, especialmente Miquel Iceta y el PSC, que buscar un acercamiento ahora con el Gobierno catalán, o con el movimiento independentista, debía tener unas limitaciones muy concretas.

Que se deberá llegar a una situación de diálogo parece evidente. Pero que el independentismo ha jugado en exceso, que no ha sabido lo que ha hecho ni lo que podía provocar en el conjunto de España, es también descriptible. Por ello, las elecciones generales serán cruciales, con la posibilidad de que se produzca una coalición entre el PP, Ciudadanos y Vox que rehaga las líneas del juego. Sin embargo, lo más importante, no sólo para Cataluña, sino para el conjunto de España, es que el independentismo asuma que no puede seguir así, que no se puede afirmar que no ha pasado nada, que no se puede decir que sólo se recibe represión por parte del Ejecutivo español y de los poderes del Estado que, en algún momento, deberá reaprender a hacer política y olvidarse de cuestiones que son accesorias y que lo han contagiado todo, como el derecho de autodeterminación. No es tan difícil ver que esa circunstancia no se da en España, que los tratados internacionales son muy claros.

Porque, en caso contrario, no habrá nada que hacer y se dará la razón a esos políticos que alimentan la confrontación, y que, de hecho, quieren desandar todo lo que se ha avanzado, es decir: reducir la autonomía de Cataluña, restarle poder y competencias al autogobierno de Cataluña. Y, según en qué momento se produzca esa petición, habría que reconocer que tendría verdaderas opciones de tener éxito.

¿De verdad no se ve ese movimiento de fondo en la política española o, de hecho, es lo que se está buscando?

Esa es la perversión del independentismo. Y lo es por una razón clara: el dique al autogobierno, la respuesta ante el hartazgo que produce la actual situación en Cataluña, sería también un fracaso.

Hay una mayoría social en Cataluña, esta sí que es real, que lo que no quiere es que paguen justos por pecadores, y que valoran el autogobierno alcanzado, la enorme transformación de Cataluña y del resto de España, y que no verían con buenos ojos ni que se aplique un 155 permanente, ni que se exhiba como bandera electoral, ni que se inicie un proceso para recuperar competencias por parte del Gobierno central, ni en materia educativa, ni económica.

La perversión es que se ha querido bloquear la política española cuando ha habido un Gobierno que ha intentado un acercamiento, en todo lo que se puede hacer --introducir de forma obsesiva el derecho a la autodeterminación supone un boicot a sabiendas-- y se sabe que quedará también bloqueada si se aplica una especie de política de mano dura porque habrá una mayoría social que no lo aceptará, y que traspasará la meramente independentista. Y que eso afectaría, se quiera o no, al conjunto de España y a la propia democracia española.

¿Qué hacer, como diría Lenin? Sánchez inició un camino: dialogar y dialogar, sin tomar ninguna decisión. Buscar las contradicciones de los independentistas, tratar de convencer a miles y miles de independentistas, a nacionalistas que interioricen que es un camino equivocado, que España es un país moderno en gran medida por la contribución del catalanismo y del conjunto de los catalanes. Y en la medida que rectifiquen, buscar soluciones concretas, realistas y justas, como rehacer, en el momento en el que se pueda, el boquete en términos democráticos que suposo la sentencia del Estatut en 2010.

Cuando se pueda, y cuando el independentismo asuma su tremendo error. No antes. Y cuando --aunque eso queda para otra ocasión-- alguien mande de verdad en todo ese mundo, para tener un interlocutor claro con Madrid. Igual con las elecciones generales se va esclareciendo el terreno: para el PSOE, pero también para los nacionalistas.