Con la crisis que viven las distintas instituciones en España, en especial la monarquía, y al margen ahora de lo que ocurre con la pandemia del coronavirus, la izquierda alternativa se refería en los últimos años al Régimen del 78, al hecho, supuesto, de que dos grandes fuerzas políticas, el PSOE y el PP, habían actuado como un tapón, llegando a todo tipo de acuerdos, como si fuera una nueva Restauración entre Cánovas y Sagasta. Pero no hay nada más lejos de la realidad. Las diferentes culturas políticas, las concepciones sobre el poder y la necesidad de recuperarlo lo antes posible cuando se ha estado en la oposición, ha llevado a un encono que persiste y que entorpece ahora la superación de la crisis del coronavirus.

Es saludable y necesario que haya distintos proyectos políticos, pero no hasta el punto de la actual división en España. Lo que ha protagonizado esta semana el líder de la oposición, Pablo Casado, no se puede entender como una contribución leal al país que dice defender. En pocas horas, Casado pasa de ofrecer la máxima colaboración a lanzar duros reproches, en uno de los momentos más delicados de la historia reciente de España. Es la pandemia de la polarización política que vive España desde hace demasiados años.

Los presidentes autonómicos del PP están actuando de muy diferente manera, aunque depende también de su mayor cercanía o no a Casado. Al lado de Casado figura Álvarez de Toledo, que no es capaz de aceptar que sí hubo una reducción en los presupuestos en Sanidad, en todo el Estado, y en la Comunidad de Madrid en particular. Los reproches son continuos contra el Gobierno por haber permitido la manifestación del 8M, porque el PP entiende que se trata de una movilización de la izquierda, que alimenta el relato de la izquierda, y le viene bien desde dos planos distintos: irresponsabilidad de un Gobierno que ya tenía el virus, y crítica contra un movimiento feminista que, a juicio de la derecha, se ha ido de madre en los últimos años.

Y hay verdades en todos los lados. Porque la izquierda también ha jugado sus bazas desde hace años para distanciarse de la llamada derecha –se lanza el dardo como si fuera un pecado: es de derechas-- con el relato feminista, como si se acabara el mundo y España no fuera uno de los mejores países, sin discusión, para las mujeres, con un enorme progreso desde la recuperación de la democracia. Lo feminista se opone a la derecha, y la izquierda ya cree que puede vivir con ese relato.

Esos dos mundos antagónicos son los que se deben superar lo antes posible. Un país debe tener un sentimiento comunitario para poder salir adelante y superar crisis de la envergadura de la pandemia del coronavirus. El extremo lo han mostrado los nacionalistas-independentistas catalanes, incapaces de votar a favor de la prórroga del estado de alarma, y con un deseo permanente de contrastar lo que hace el Gobierno español con lo que podría realizar un Gobierno catalán en un estado propio.

Cuando se pregunta a responsables políticos, a académicos, a empresarios y a expertos en distintos ámbitos, se llega a la misma conclusión: la toma de posición previa, antes de contestar sobre cualquier problema, es decisiva. Es culpa de la derecha, que ha recortado en políticas sociales, que no desea la igualdad, que no es leal, que sólo busca apropiarse de las instituciones; es culpa de la izquierda, que sólo lanza mensajes ideológicos, que no sabe gestionar, que es amiga de los nacionalismos-independentistas y que no quiere España. ¿De verdad puede seguir así un país si, además, los independentistas buscan la menor grieta para lograr sus fines, o únicamente para desestabilizar el Estado y hacerse notar?

En esas, con un serio problema sanitario, económico e institucional, sin respuestas todavía en la Unión Europea --lo que puede provocar un distanciamiento fatal en su seno-- aparece un señor llamado Alberto Nuñez Feijóo que, desde Galicia, ofrece alguna luz.

Nuñez Feijóo --lo haya dicho por las razones que ustedes quieran o intuyan-- ha señalado desde el parlamento gallego que ofrecerá toda la ayuda que necesite Madrid y quien se la pida. Apeló este jueves a la “concepción del Estado, el país y los pacientes” para justificar la cesión de equipos materiales de UCI a la Comunidad de Madrid, como le habían solicitado. ¿Tiene que ver que Madrid sea del mismo signo político? Tal vez, pero Feijóo ha roto las barreras entre las distintas comunidades, y, con aplomo, ha dejado claro que no es el momento para preguntar por qué se ofrece o se cede tal o cual material o servicio.

El conjunto de españoles se relaciona de forma más natural, con complicidades afectivas, familiares y de intereses, porque sabe que forma parte de la misma comunidad política. También los catalanes, que forman una sociedad con orígenes muy distintos. Son los que han querido aprovecharse de las rencillas y de latiguillos fáciles los que causan los problemas constantes que erosionan las instituciones.

Al Gobierno de España, el que sea, del color que sea, en una situación como esta, hay que darle apoyo. Y ello no implica que no se deba aplicar una fiscalización precisa, seria --afortunadamente no somos China ni ninguna dictadura que orille los derechos civiles fundamentales-- de los pasos que realice el Ejecutivo. Pero otra cosa es la actitud de Casado o de Álvarez de Toledo. Y, a mucha distancia, con una deslealtad ya escandalosa, la de Quim Torra y todo ese colectivo que vive gracias a la confrontación, con Pilar Rahola al frente.

Miren al otro rincón de España. Observen lo que dice y hace Alberto Nuñez Feijóo.