Los barceloneses no nos merecemos a los políticos que nos tocan en suerte. Insisto, no porque no están a la altura de nuestra ciudadanía. Dirán algunos, sobre todo si nos leen desde fuera, ¡pues no haberlos elegidos! Y tienen razón, pero sólo en parte: al presidente del Parlament o al de la Generalitat no lo escogemos sólo los barceloneses, sino todos los catalanes. Y ése, más allá de divertimentos como Tabarnia, es un elemento diferencial que debe tenerse en consideración.

Quien sí que es nuestra con todo su equipaje de malintencionada bisoñez es la alcaldesa, Ada Colau. Aquí no tenemos para consolarnos ni la excusa de los catalanes aldeanos que nos rodean. Es nuestra, la reina del escrache, la emperatriz de la turismofobia, la jefa del clan de los resentidos que pueblan el Ayuntamiento de Barcelona. Los artífices de que Barcelona sea cada día más pobre y haya más ruina en ciernes, drama e injusticia social en sus calles y barrios, son los que no quieren contribuir a que el Mobile World Congress se aposente en la Ciudad Condal.

Cuando no es una huelga del taxi se produce una protesta de los trabajadores del Metro, todo cuestiones dependientes o reguladas desde el consistorio. Si eso es insuficiente, la política acaba mostrando esperpénticas situaciones de inestabilidad que hacen insufrible la organización para los mandamases internacionales de la cosa. Ni Telefónica puede, con todo su poder, preservar el evento.

Después de tanto avisar, el Mobile se irá pronto de la capital catalana. Barcelona, Cataluña y España perderán el congreso internacional más importante de cuantos se celebran en Europa. Es una reunión fabulosa, no sólo por los 500 millones de euros que se quedan en la ciudad, sino por cómo asocia la marca Barcelona a la tecnología y la innovación. Que por aquí pasen los primeros espadas de las grandes empresas tecnológicas del mundo es un lujo que sólo los que poseen grandeza de miras saben apreciar. Y, claro, ni Colau, ni los representantes actuales de la Generalitat están en ese selecto club.

Después de tanto avisar, el Mobile se irá pronto de la capital catalana. Barcelona, Cataluña y España perderán el congreso internacional más importante de cuantos se celebran en Europa

Cuando acabemos perdiendo el congreso de los móviles sabremos con exactitud cuál es la magnitud de la tragedia política que vivimos. Que nos peleemos por cuatro signos identitarios, porque nos gobierne una casta de Girona o de Madrid, por ver quién tiene la lengua más larga o por dirimir si reprimen mejor los Mossos d'Esquadra o la Policía Nacional es de un ridículo estratosférico. En esos debates sí que somos campeones del mundo, quizá alguna república del trópico está a nuestra altura, pero seguro que en esa selección no figura ningún país mínimamente civilizado. Por tanto, el día que el Mobile diga adiós, como han dicho casi 4.000 hastiadas empresas catalanas, sólo quedará la lágrima y el lamento, fase para la que el nacionalismo ha preparado con todo lujo de entrenamientos previos a su parroquia.

El Mobile se irá harto de tontería. Sólo los de la CUP y similares se enorgullecerán de eso. El resto de barceloneses lloraremos por tan enorme pérdida. En silencio, eso sí, como si de una hemorroide se tratara, sufriremos el dolor por la oportunidad perdida y el empobrecimiento que se empeñará en saludarnos. Los antisistema habrán conseguido que todos seamos más pobres. Colau estará escondida para evitar la lapidación política por su escasa visión estratégica. Gerardo Pisarello, su lugarteniente, igual estará tomando mate, en cambio. Roger Torrent, el del lazo amarillo, habrá cambiado de color al rojo, por el sonrojo que le producirá la insignificancia política de su mandato. Y el Mobile habrá emigrado a desiertos más cálidos y ricos.

No verlo y tener visión no es ser ciego de conveniencia, sino ignorante. Y, por desgracia, ese es el gran problema general que soportamos los barceloneses en lo que se refiere a nuestra clase política. Perdonen la sinceridad, pero es lo que hay. Es más fácil matar la gallina de los huevos de oro que crear una nueva. Sólo espero que en mayo de 2019 los ciudadanos sean más certeros y menos románticos con su papeleta de voto.