Hay un cansancio de la democracia. Un desencanto. Por diversas razones, entre ellas porque ya no garantiza el ascensor social, porque se ha producido un estancamiento de rentas, aunque no para el nivel superior de la pirámide. Hay más cuestiones, como el papel de los medios de comunicación, que ya no ejercen, porque ni pueden ni quieren, un papel de filtro de aquellas posiciones que se consideraban radicales hace unos años. La cuestión es que se ha puesto todo en tela de juicio, sea en España, en Reino Unido, en Polonia, en Hungría o en Estados Unidos. Ahora bien, existen diferencias y se deben tener en cuenta. Y también es necesario entender bien qué se quiere decir cuando se defiende la democracia, cuando se grita, como hace Arran, las juventudes de la CUP, que hay que obedecer al pueblo y que todo se debe realizar por el bien del pueblo. La democracia, la que gozamos en países como España, o Francia, o en el conjunto de la Unión Europa, es una democracia liberal, que tiene sus orígenes en la revolución inglesa y norteamericana, y en la revolución francesa. Hay muchas otras aportaciones posteriores, y no es menor la presión y las revueltas del movimiento obrero. Pero rige un principio y es la separación de poderes y un sistema de contrapesos, con una máxima: la protección de las minorías.

Una democracia liberal, la que tenemos, como indica el profesor Yascha Mounk, en El pueblo contra la democracia (Paidós), “es sencillamente un sistema político que es liberal y democrático a la vez: que protege los derechos individuales y traduce las opiniones populares en unas políticas públicas concretas”.

Pero, ¿qué está pasando? Esa democracia liberal, con muchos problemas, con una erosión evidente, ha comenzado a tener grietas. Surgen dos posibles modelos, en función de las características de cada sociedad. O bien tenemos delante la democracia iliberal (democracia sin derechos) o el liberalismo no democrático (derechos sin democracia). En los próximos años, a partir de lo que los propios gobernantes puedan desarrollar y de la presión que surja de la sociedad, esos dos sistemas buscarán la victoria, sin descartar que se pueda mantener y reforzar esa democracia liberal que tanto se ha desgastado.

Lo podemos traducir con ejemplos. Una democracia liberal clásica, todavía con futuro, sería Canadá. El liberalismo no democrático, o con graves carencias, es la Unión Europea. Una democracia iliberal comienza a ser claramente Polonia, donde el ejecutivo trata de jubilar anticipadamente a los jueces para nombrar a los suyos. También Hungría entraría en esa categoría. Y fuera de esas concepciones, encontraríamos a Rusia, una especie de dictadura de nuevo cuño.

Por ello, cuando se defiende la democracia liberal, lo que se señala es que no todo es la “voluntad del pueblo”, o “de la gente”, con la idea de que todo debe ser votado. Hay expresiones frecuentes en Cataluña, por parte del independentismo, pero también por parte de la izquierda que señala: “pues nadie ha votado a esta gente”, en relación a los banqueros o a los jueces, a los responsables técnico-políticos de instituciones como el Banco de España o el Banco Central Europeo. Y ese es el error. Podría pasar que todo ello genere un gran debate. Perfecto. Pero sepamos que en una democracia liberal --la nuestra-- no todo se vota. Al contrario. Para que una democracia funcione, algunas cuestiones no deben someterse a una votación en la que prime la mayoría. Para que una democracia tenga éxito, ésta debe tener limitaciones. Esa es la paradoja.

Siguiendo a Mounk, lo que está en juego ahora es cómo se puede mejorar un liberalismo no democrático. La Unión Europea es la plasmación de lo mejor que puede llevar a cabo un conjunto de países democráticos. Pero también es verdad que le falta legitimidad. Y de ahí le vienen los problemas. Si la Comisión Europea tiene tanto poder, sería conveniente que el conjunto de los ciudadanos europeos podamos elegir a su presidente, o que, a través del parlamento europeo, éste tenga una capacidad real para elegirlo. Estamos ahora en esa discusión, y por ello resulta infantil que políticos como Boris Johnson se lamenten de que el parlamento británico ya no puede legislar --tras el principio de acuerdo del gobierno conservador con la Unión Europea sobre el Brexit-- porque el poder se ha trasladado a Bruselas. Se trata de completar una democracia que tiene problemas de participación, pero que ha logrado mecanismos de coordinación entre países que mejora la vida de todos los ciudadanos. La solución no es precisamente un referéndum, como mecanismo para dividir. Que se lo pregunten a David Cameron. Por cierto, ¿dónde está Cameron?

Ese es el debate que deberíamos establecer: cómo responder ante las carencias de esa democracia liberal, que ha tomado decisiones complicadas, pero que han funcionado. Por ejemplo: ¿los bancos centrales debían ser autónomos del poder ejecutivo para que éste no utilizara en su beneficio la política monetaria? Eso resta poder político, cierto, a un gobierno que ha sido votado por el pueblo, pero resulta una buena medida en un contexto globalizado en el que no se pueden ofrecer respuestas simples, como darle a la manivela para fabricar dinero cuando convenga. Es un avance, aunque signifique que los ciudadanos puedan perder margen de decisión.

Es discutible, no cabe duda. Hace muchos años, Alfonso Guerra ya criticaba esa “autonomía” del banco central. Un gobernante chino le daría ahora la razón: los bancos centrales deben estar sometidos a las decisiones del poder Ejecutivo. Se decidió lo contrario, y se consideró que debía ser el Banco Central Europeo quien asumiera esa responsabilidad.

Son cuestiones de una gran complejidad. Lo que no sirve es volver “al pueblo”, a la “fuerza del voto”, a la asamblea, a querer prescindir de los partidos, y a considerar que “la gente” tiene la razón. Lo que ha funcionado en los países occidentales que garantizan la libertad individual --eso es lo que queremos, ¿no?-- se llama democracia liberal. Cualquier otra cosa es o “democracias iliberales” o dictaduras. Por eso el independentismo, o una parte del independentismo catalán, debería tener las cosas más claras, y no asimilar su proyecto como un movimiento democrático. Porque, sencillamente, no lo ha sido hasta ahora.