Hay un par de intervenciones del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero en el Congreso de los Diputados que se me quedaron grabadas en la memoria. Las dos tuvieron lugar en la recta final de su mandato. Y ambas son muy ilustrativas de lo que es el nacionalismo catalán.

El 28 de junio de 2011, durante el debate sobre el estado de la nación, bien avanzada la tarde --creo recordar que era de noche-- y tras horas de discusiones, el presidente respondía al portavoz de ERC, Joan Ridao. Antes, el independentista había arremetido duramente contra la sentencia del Estatuto --dictada un año antes--, calificándola de “golpe de Estado constitucional” y cargando contra “la derecha rabiosamente centralista” y “la izquierda de tradición jacobina secular”. “Después de siglos de anulación política, incluso después de la España más negra del franquismo, nadie ha podido con nosotros y menos todavía lo hará este Tribunal Constitucional”, añadió.

Zapatero, visiblemente agotado, mostró su sorpresa por la insaciabilidad de los nacionalistas. Lamentó que, pese a que la sentencia “en términos jurídicos” limitaba “poco”, los nacionalistas habían pasado de reclamar un nuevo estatuto a pedir un concierto económico sin solución de continuidad. “Yo creo que hay una persistencia en tener siempre algún elemento nuevo para el conflicto. Ya tenemos Estatuto, pues ahora el conflicto es la sentencia del Estatuto”, constató. Y denunció que solo buscaban acuerdos imposibles para decir: “Esto ha sido un fraude”. Y así tener un “elemento de desafección”. “¡El momento de más autogobierno, el momento de más desafección! Pues no lo entiendo”, zanjó desmoralizado.

El otro rifirrafe que recuerdo tuvo lugar tres meses después --el 14 de septiembre de 2011-- durante una sesión de control al Gobierno. “Dijo usted en 2004 que haría una España tan plural que hasta los independentistas dejaríamos de serlo. ¿Qué queda de todo aquello?”, le espetó Ridao. Y le reprochó que su mandato no había servido para mejorar las relaciones “entre Cataluña y España” porque el PSOE proponía “más centralización” y “más uniformización”. “Su España plural es hoy un frío cementerio”, sentenció el líder de ERC en la Cámara baja.

Zapatero, desconsolado por la virulencia del dirigente independentista, le instó a “hacer una reflexión” porque “los hechos son incontestables” pero “para su grupo siempre insuficientes”. Insistió en que durante su mandato Cataluña había logrado “mayor autonomía que nunca”. Y añadió una frase lapidaria: “La España plural, la idea de la España plural, es España plural... pero España”.

Zapatero fue uno de los presidentes que más intentó integrar a los nacionalistas, elevando la política del contentamiento a su máxima expresión. Y acabó frustrado, desilusionado, desencantado, desesperado, harto. Y eso que enfrente tuvo a tipos como Ridao, cuyo sentido común y elegancia eran reconocidos por la mayoría de sus adversarios políticos.

Pedro Sánchez también ha optado por la estrategia del contentamiento. Y ya vemos cómo le va. El líder de sus socios de investidura, Oriol Junqueras, asegura que lo volverán a hacer --en referencia al intento de secesión unilateral e ilegal-- mientras amenaza cada quince días con no aprobarle siquiera la prórroga del estado de alarma. Y el líder de los socios de sus socios, Carles Puigdemont, dice que “fue un error histórico congelar la declaración unilateral de independencia” en octubre de 2017.

No sabemos cuánto tiempo tardará Sánchez en hartarse de los nacionalistas, pero sería apropiado que no esperase siete años, como le ocurrió a Zapatero.