Durante estas vacaciones todos hemos podido comprobar el elevado número de restaurantes que tratan de imponer los dos turnos para el mediodía sin necesidad aparente. ¿Quién no se ha quedado con la sensación de hacer el primo al presentarse dócilmente a la una y media en un local para encontrarlo casi vacío hasta las dos y media, que es el horario normal del país?

Las medidas contra el coronavirus aplicadas a partir de marzo del 2020, desde el estado de alarma y el confinamiento hasta el uso de las mascarillas, dañaron a todos los sectores, pero en especial a la hostelería, que después de cerrar sus puertas, como tantas otras actividades, pasó un auténtico calvario con las distancias entre mesas, las terrazas, las barras, la ventilación, etcétera.

Encima, parches tan ingeniosos como los ERTE perdieron eficacia en su caso por la alta proporción de empleados en situación irregular, debido a la cantidad de personal que no cotizaba todas las horas trabajadas y que, en consecuencia, obtuvo ingresos muy bajos en los periodos de inactividad.

Parece que esa experiencia, que ha influido en la falta de candidatos para cubrir las vacantes en la vuelta a la normalidad, y el ejemplo de las citas previas en todo tipo de empresas y administraciones, la generalización de los trámites electrónicos y los teléfonos en los que nadie responde, han llevado a algunos empresarios a darle la vuelta al paradigma de su negocio aprovechando la fuerte demanda del verano.

Si hasta ahora un restaurante tenía todas sus mesas dispuestas para atender a los clientes a las horas habituales, en adelante van a ser los comensales los que se adapten a la reducción de aforo y de plantilla. El hostelero mantiene su capacidad de servicio siempre y cuando el cliente modifique sus horarios y se adapte, algo que efectivamente ha ocurrido en estas vacaciones.

Habrá que ver qué sucede en los meses próximos, aunque ya se aprecian algunas señales de que el fenómeno puede ampliarse a otros sectores. Emprendedores avispados que han visto en el consumismo desatado de estos últimos tiempos, con aeropuertos, autopistas y playas colapsados, una oportunidad para exprimir sus márgenes.

Oigo que las grandes cadenas de gimnasios, un negocio al alza que también sufrió lo suyo durante la pandemia, han aprovechado agosto para maximizar la capacidad de sus instalaciones con nuevas máquinas, reduciendo la distancia entre personas --pese a las recomendaciones sanitarias vigentes-- y dar entrada así a los nuevos socios que siempre aparecen en septiembre. Como ha ocurrido en la restauración, deben pensar, el cliente también se acostumbrará. Igual un día no demasiado lejano acaban por imponer la cita previa para acudir a la piscina o a la sala de fitness.