2025 no fue un año decisivo, sino revelador.
Revelador de una deriva que ya no se disfraza de coyuntura. La política española y la catalana han normalizado la confusión entre relato y realidad, entre negociación y teatro, entre gobernar y sobrevivir al siguiente titular.
El resultado no ha sido el colapso, sino algo más persistente y dañino: la costumbre.
La política se movió mucho para cambiar poco. Pactos presentados como redentores que solo aplazaron conflictos, liderazgos inflados por la urgencia mediática y debates anunciados como trascendentales que acabaron diluidos en la gestión del día siguiente. Nada especialmente nuevo. Y justo por eso, significativo.
Cataluña volvió a ser un buen observatorio. Agotamiento de viejos mitos, irrupción de nuevas fórmulas identitarias y una constante que no se altera: la dificultad para abandonar la épica nacionalista incluso cuando ya no sirve para explicar nada. Hubo cada vez menos proyecto, pero la escenografía no aflojó.
En la economía, el patrón fue parecido. Grandes operaciones corporativas, discursos sobre responsabilidad social y apelaciones solemnes a la estabilidad convivieron con una evidencia incómoda: las decisiones que más impacto tienen aún se adoptan lejos del escrutinio real, envueltas en jerga técnica y protegidas por un debate público cada vez más superficial. Cuando todo se presenta como inevitable, lo que desaparece no es el conflicto. Es la rendición de cuentas.
Pero el problema no fue solo el poder. Fue, sobre todo, la forma de mirarlo.
El ecosistema mediático volvió a premiar la polarización rentable, la opinión inmediata y la alineación emocional con el bando propio. Preguntar pareció una descortesía. Contextualizar, una pérdida de tiempo.
El periodismo no fue ajeno al deterioro del entorno que cubre: lo reflejó, lo amplificó y, en no pocas ocasiones, lo aceleró.
En ese paisaje, Crónica Global cumplió en 2025 diez años. No como excepción virtuosa ni como trinchera ideológica, sino como medio que ha defendido una anomalía cada vez más infrecuente: criterio antes que consigna, análisis antes que aplauso, incomodidad antes que pertenencia. No es una pose. Es una condición mínima de credibilidad cuando el ruido deja de ser un efecto colateral y pasa a ser el método.
La efeméride no invita a la autocomplacencia. Diez años después, el reto no es crecer, consolidarse o resistir, sino algo más elemental y bastante más difícil: no rebajar el nivel cuando todo empuja a hacerlo.
El lector llega cansado de explicaciones simples, de indignaciones prefabricadas y de promesas que caducan en el siguiente ciclo informativo. Busca menos ruido. Y algo más de sentido.
Cerrar 2025 no es hacer balance ni pasar revista. Es constatar que el ruido ya no es una disfunción del sistema, sino parte central de su funcionamiento. Y precisamente por eso, el periodismo que aspira a algo más que acompañar la corriente tiene la obligación de seguir preguntando, señalando y contextualizando. Incluso cuando hacerlo resulta incómodo.
En ese clima de polarización y fragmentación, el tradicional discurso de Navidad del rey Felipe VI introdujo un contrapunto institucional. El monarca advirtió de que "los extremismos, los radicalismos y los populismos se nutren de la falta de confianza, de la desinformación, de las desigualdades y del desencanto con el presente y el futuro", y apeló a la convivencia democrática, al respeto en el lenguaje y a la escucha de opiniones ajenas como bases imprescindibles de la vida en sociedad. Las reacciones a esas palabras de Junts, ERC, Podemos y la CUP evidencian que todo sigue igual.
Más allá de la liturgia navideña y de los cambios formales de escenografía y realización, el mensaje no puede quedarse en una enunciación retórica de valores compartidos. La apelación a la confianza y al diálogo solo cobra sentido si se traduce en prácticas políticas e institucionales que rompan, de una vez por todas, con la lógica del enfrentamiento permanente y del ruido como método.
En 2026, Crónica Global mantendrá esa posición sin atajos ni concesiones. No como gesto retórico, sino como compromiso con un periodismo crítico que prioriza los hechos, el análisis y la rendición de cuentas frente al espectáculo permanente.
Un compromiso que ha encontrado respaldo en una audiencia cada vez más amplia y exigente, y que ha permitido al medio consolidarse como referencia informativa en Cataluña.
Que 2025 no haya cambiado nada importa.
Importa porque confirma que el ruido ya no es una anomalía, sino el sistema.
Y porque recuerda que, cuando todo empuja a mirar hacia otro lado, al periodismo solo le queda no hacerlo.
