50 años después de la muerte de Franco, España atraviesa un ciclo de regresión democrática.
Basta con mirar al horizonte y asimilar la escena: en el PSOE han fallado los controles internos de calidad; a su izquierda —entre el derrumbe de Podemos detrás del chalé de Galapagar y la fundación de Sumar en Magariños— solo hay un páramo; un débil Partido Popular (PP) amaga con entregar la cuchara ante al empuje de Vox; en Cataluña la última esperanza blanca del independentismo es la ultraderecha desacomplejada de Aliança Catalana; y en el País Vasco la legitimación de Bildu nunca estará completa si no condena los crímenes de ETA.
A todo esto, en medio de este caos, la justicia y las fuerzas de seguridad del Estado se empeñan en hacer política.
No todo es caos ni banderas al viento. En Canarias, desde las últimas elecciones autonómicas de 2023, se ha ido asentando un estilo político muy distinto al que domina la escena estatal, un método bautizado por el presidente autonómico, Fernando Clavijo, como el modo canario.
No es un lema ni un ardid comunicativo, sino una forma de gobernar basada en la baja tensión, la búsqueda deliberada del consenso y la idea —poco habitual en España— de que la estabilidad no es una mercancía intercambiable, sino una infraestructura política de primer orden.
Esa cultura ha permitido que Coalición Canaria recuperara la presidencia en 2023 con un acuerdo con un Partido Popular que en las islas opera de manera pragmática y sin sobresaltos ideológicos. El resultado es un Gobierno que no vive en campaña permanente y que ha podido dedicar energías a algo infrecuente: planificar la economía canaria a veinte o treinta años vista.
Mientras la política nacional se consume en el ruido, el Archipiélago discute cómo diversificar un modelo demasiado apoyado en el turismo, con apuestas concretas por la industria aeroespacial, el audiovisual, el sector del videojuego y la innovación aplicada. Clavijo repite con frecuencia que Canarias no puede quedarse atrapada en la monocultura turística, y su Ejecutivo ha comenzado a mover piezas para que esa transformación deje de ser un eslogan y empiece a tomar cuerpo.
Ese mismo enfoque explica el modo en que Canarias está encarando los debates más ásperos de su agenda interna. En vivienda, por ejemplo, el Gobierno ha impulsado una regulación específica para el fenómeno de la vivienda vacacional, asunto especialmente sensible en un territorio limitado y con precios tensionados.
Este Ejecutivo habla de retos demográficos y también defiende en Europa, con claridad y sin rodeos, la necesidad de regular la compra de viviendas por parte de no residentes y estudia la posibilidad de abrir el debate sobre una tasa turística que contribuya a compensar los efectos de un destino enormemente presionado. No hay eufemismos: se discute lo que preocupa a la ciudadanía, aunque incomode a determinados sectores.
Todo ello ocurre mientras las islas gestionan la principal ruta migratoria hacia Europa, con miles de personas llegando cada año desde África. La posición del Gobierno canario ha sido firme: rechazo a convertirse en una cárcel como Lampedusa o Lesbos y defensa activa del principio de solidaridad interterritorial para la acogida de menores y adultos.
Frente a modelos europeos que apuestan por la contención y el aislamiento, Canarias ha reclamado corresponsabilidad y una política migratoria que no trate al Archipiélago como frontera deslocalizada.
En el plano nacional, el modo canario ha cristalizado en la Agenda Canaria, un conjunto de compromisos asumidos por los grandes partidos nacionales a cambio del apoyo o la abstención de CC en investiduras y votaciones clave. La diputada Cristina Valido, única representante de la formación en el Congreso, ha demostrado en esta legislatura que incluso un escaño, si está bien administrado, puede inclinar decisiones relevantes.
Es un nacionalismo que no alardea de ruptura, sino que negocia desde la utilidad y la moderación, buscando resultados palpables para las islas.
El próximo reto es reunificar el espacio nacionalista, fragmentado en los últimos años, para recuperar el peso que CC llegó a tener en Madrid. En esa jugada hay una isla clave y un nuevo movimiento determinante: Gran Canaria y la fundación de Primero Canarias. La visita de Clavijo esta semana a Salvador Illa se enmarca también en esa voluntad de coser, de tender puentes, de abrir espacios de cooperación entre territorios que padecen problemas comunes —vivienda, turismo, innovación, migración— más allá del marco sesgado de la política estatal.
Y aquí aparece la referencia cultural que él mismo ha alimentado: Clavijo, devoto de Star Wars, ha hecho de Obi-Wan Kenobi una especie de guía espiritual para su manera de estar en política. Antes de levantar la voz, escucha. Antes de imponer, negocia. Antes de elegir el camino fácil de la confrontación, busca el difícil de la razón. En un país cada vez más polarizado, su liderazgo ofrece una alternativa inesperada: la posibilidad de que la moderación vuelva a ser un valor.
Ese, al fin y al cabo, es el modo canario: un recordatorio de que en democracia gobernar es, sobre todo, sostener el centro cuando todo empuja hacia los extremos.
