La OPA del BBVA sobre el Sabadell cerró su periodo de aceptación el viernes y el resultado parece distar mucho del triunfalismo inicial. Sin datos oficiales aún, pero con estimaciones de mercado claramente a la baja, la operación parece haberse topado con el escepticismo de buena parte de los accionistas.
Si se compara el contexto con otras OPA recientes en el sector —como la de CaixaBank sobre Bankia, que superó ampliamente el umbral de éxito— la diferencia resulta elocuente.
Los accionistas más atentos han hecho cuentas y han preferido esperar. La acción del Sabadell cerró la semana casi empatada con el precio ofrecido por el BBVA, lo que refuerza la tesis de que precipitarse no suele ser rentable en operaciones de este tipo.
El presidente de BBVA, Carlos Torres, apostó fuerte, vendiendo la fusión como el broche de oro de su mandato. Pero la realidad no atiende a los powerpoints. Se ha topado con la negativa del consejo del Sabadell —que recomendó no acudir a la OPA— y con el rechazo de la aseguradora Zurich, segundo mayor accionista.
El mercado, mientras tanto, apenas movió ficha: el volumen negociado fue discreto y la cotización de ambos bancos apenas reaccionó. Torres habla de "éxito rotundo", pero el silencio de los accionistas parece decir otra cosa.
La CNMV optará con mucha probabilidad por permitir una segunda OPA al mismo precio, sin exigir mejoras en las condiciones iniciales. Esto rompe con la costumbre: históricamente, el regulador pedía subir la oferta en segundas rondas, como ocurrió en la OPA de Gas Natural sobre Fenosa.
El argumento oficial es mantener la estabilidad del sistema, pero la decisión favorece al oferente y deja en el aire la justicia para el accionista paciente.
Los accionistas que no aceptaron la oferta confían en que la CNMV acabe poniendo reglas más claras y en que el BBVA no pueda retirarse sin dejar a Torres tocado. Así que esperan, con margen para negociar y la cotización jugando a su favor.
Quienes acudieron a la OPA quizá descubran pronto que vendieron barato. Los que se quedaron, al menos, mantienen la posibilidad de que la segunda vuelta traiga una prima mayor. Como en el mus, a veces lo mejor es no ir.
No sería el primer alto ejecutivo español en tropezar con una OPA ambiciosa. Antoni Brufau, al frente de Gas Natural, no consiguió hacerse con Endesa tras años de batalla; José Ángel Sánchez-Asiaín, del antiguo Banco de Bilbao, falló en su intento sobre Banesto en los ochenta; y Juan Villalonga, desde Telefónica, vio cómo la fusión con la holandesa KPN se evaporaba en el último minuto por la oposición política y del núcleo duro de accionistas.
En España, los manuales dicen que las OPA hostiles casi nunca salen bien para quien las lanza. Pero ya se sabe: los manuales están para romperlos.
La pelota sigue en el tejado de Torres. Si logra cerrar la operación en una segunda ronda, firmará su legado. Si no, será recordado como el banquero que quiso devorar al Sabadell y se atragantó.
El mercado observa. La discutida CNMV, también. Y los accionistas, como siempre, esperan con una sonrisa prudente.
