Media España vive con una obsesión: la caída de Pedro Sánchez. Como si fuera ya cuestión de calendario. Como si un simple tic-tac lo derribara.

Pero esa convicción tiene más de fe que de análisis político.

Junts lo sabe. Carles Puigdemont, su discutido líder de Waterloo, amenaza, monta bronca y participa en votaciones surrealistas en el Congreso, el único reducto de poder que atesora. Siempre fallidas. Al final recula. La amnistía es su chaleco salvavidas y no lo va a reventar. Hasta 2026 no habrá sentencia firme.

Hasta entonces, teatro de Jordi Turull. Amateur y repetitivo. Ni oposición en Cataluña ni presencia real en Barcelona. ¿Dónde está la bolita del futuro de la antigua CDC?

En la banca, lo mismo. Carlos Torres se aferra al Sabadell. “Seguiremos aunque solo alcancemos el 30%”, anuncia. No es una OPA hostil. Es peor: es de derribo. Laurence Sterne ya lo escribió: “Esto se llama perseverancia en una buena causa y obstinación en una mala”. Si fracasa en la obcecación financiera, obligará al banco a replantear toda la estrategia. El empecinamiento puede valer una silla.

Sánchez no solo resiste a la derecha política y empresarial. Ha engullido el espacio a su izquierda. Sumar y Podemos aparecen cada vez más como satélites: reducidos, domesticados o absorbidos por la agenda del PSOE. No es solo supervivencia política: es capacidad para fagocitar rivales sin hacer ruido.

El PP también espera su turno mirando a los dos lados. Dentro de la M-30, Feijóo confía en que la erosión haga el trabajo. Ya lo probó sin suerte el estafermo Rajoy. Pero su talón de Aquiles es Cataluña. El PP tiene 137 diputados en el Congreso. ¿Cuántos catalanes? Solo seis. Frente a los 19 socialistas.

Cuando el PP gobernó España, lo hizo siempre con un bloque sólido en Cataluña. Hoy no existe. Se lo recordé a su líder: si no es presidente, es porque nunca se ocupó de Cataluña.

Napoleón lo dijo: “Cuando interrumpes a tu enemigo, interrumpes a tu propio éxito”. La oposición española lleva años interrumpiéndose sola. Creen que Sánchez está liquidado. Pero el supuesto cadáver siempre resucita. Es una ave Fénix posmoderna.

Fue expulsado de su partido y regresó. Cayó en las urnas y tejió alianzas imposibles. Hoy, hasta en Gaza, logra ponerse en el centro de la foto. Y, por si quedaban dudas, ya ha dicho que volverá a presentarse. Con el respaldo del barón más fuerte del PSOE: Salvador Illa. Otra vez Cataluña en el centro.

Así que no adelanten funerales. Los obituarios de Sánchez acumulan más ediciones que el BOE. Quizá sea una mala interpretación pensar que el poder cambia de manos solo con derrotas parlamentarias o escándalos familiares.

En la política española, sobrevive quien entiende el pulso profundo de un país que teme al abismo más que a cualquier continuidad. Por eso, mientras se preparan sus epitafios, Sánchez vuelve a encender la mecha de la próxima resurrección.

No es magia. Es el reflejo de un país atrapado entre el deseo de cambio y el miedo a descubrir que, tras el humo del espejismo, todo sigue igual. Y ahí, en ese ciclo que nunca se cierra, Sánchez aún podría disponer de un escenario para otra función.

Ya saben, en este caso aplica el clásico: los muertos que vos matasteis gozan de una excelente y sorpresiva salud…