Poniendo un poco de razón a la sinrazón. Un poco de juicio al caos habitual que altera el día a día de un transatlántico como es el FC Barcelona. Frenando la euforia, tal vez desmedida, que agita y enciende al barcelonismo efervescente, ese que hierve cuando las cosas van bien y se deshace cual azucarillo cuando todo va mal.
Así de comedido se presentaba Joan Laporta esta semana durante su paseo por Barcelona durante la Diada de Sant Jordi. El presidente azulgrana insiste en que todavía no se ha ganado nada. Y lo dice, a pesar de las buenas sensaciones que transmite el equipo de Hansi Flick, consciente de que nadie tiene más que perder que él mismo.
Laporta sabe que, si al final todo se tuerce, le van a crecer los enanos.
El problema del Barça actual es claro y meridiano. El primer equipo, así como el Barça Femenino, juegan muy bien, pero la junta directiva gestiona mal. Se hace difícil enumerar todos los frentes abiertos que tiene el presidente.
Por poner un ejemplo, esta temporada ha quedado marcada por la promesa incumplida de regresar al Camp Nou. No es que no se llegue a la fecha, es que las previsiones ya apuntan a que la vuelta se producirá casi un año después de lo esperado.
Laporta llevaba prometiendo desde la campaña electoral de 2021 que su plan pasaba por celebrar el 125 aniversario del Barça en el Camp Nou. No solo no se cumplió, sino que además la organización de los 125 años de historia del club está resultando una decepción prolongada en el tiempo.
Un acto organizado deprisa y corriendo el pasado 29 de noviembre, con grandes ausencias, sin la complicidad de las autoridades catalanas --ni Salvador Illa ni Jaume Collboni se presentaron en el Liceu, ni parecen tener muchas ganas de sentarse en el palco con Laporta-- y con el nimio legado que supone la aparición de una mascota catalanista (el gato CAT) y un nuevo himno alternativo al Cant del Barça del 74.
Todavía no se sabe nada del esperado partido de celebración ¿contra Argentina? Ni del tan anhelado homenaje a Messi. Ya hace cuatro años que el bueno de Jan lo dejó ir.
Estas cuestiones organizativas molestan a gran parte del barcelonismo, aunque muchos otros están contentos porque la pelotita entra. Pero cada vez son menos los que aplauden la gestión económica, institucional y social de Laporta. Los que antes le defendían con uñas y dientes, ahora lo hacen con la boca pequeña. O directamente callan y miran para otro lado. Sin embargo, hay poco por lo que callar.
Todavía colean las sospechas de estafa vinculadas al Reus, el caso Negreira, la inflación de Barça Studios sin generar ingresos, la polémica venta de asientos vip, el baile de auditores y el esperpéntico ridículo con la inscripción de Dani Olmo, claro ejemplo de la improvisación más desacomplejada de esta junta directiva. Salvado por la campana, con ayudita del CSD y el silencio cómplice de un Real Madrid a la deriva, más pendiente de sus guerras intestinas con Tebas.
Y hablando del Real Madrid... qué nefasta temporada están protagonizando los de Ancelotti. Tan mal está el vigente campeón de Liga y Champions que se puede volver especialmente peligroso en la final de Sevilla. Y Laporta lo sabe.
El presidente culé es consciente de que el clásico es un partido trampa. De esos que, a menudo, acaban en manos del que llega con más urgencias. Tras endosarles un 0-4 en Liga y un 2-5 en la Supercopa de Arabia, se antoja difícil pensar en una nueva goleada culé. En cambio, si solo por sensaciones futbolísticas hubiese que guiarse, al Madrid debería caerle otro carro. Sus últimos partidos vienen siendo pésimos.
Laporta ha dado un toque de atención al entorno para bajar esa euforia y evitar la relajación. Quiere que los chicos de Flick salgan a morder como lobos famélicos (de títulos). Y si es posible hundir más al Madrid, hurgar en la herida y provocar una hemorragia que acabe en desangrado, mejor.
Laporta no quiere ni oír hablar de darles vida. Y sabe que este es el partido perfecto para ellos. Para recuperar la confianza perdida arrebatando un título al eterno rival, claro favorito en las quinielas y casas de apuestas. Para volverse a meter de pleno en la lucha por la Liga y activar la maquinaria de presión que tan bien manejan en la capital. Para evitar un posible triplete, que sería el tercero de la historia.
Flick y sus chicos están muy cerca de conseguirlo. Van muy bien encaminados. Solo queda la final y siete partidos más. Si la ganan, la gloria estará más cerca. El equipo reforzará su confianza y dejará prácticamente apeado al Madrid de la lucha por la Liga. Si la pierden, pueden aparecer los fantasmas de las dudas.
El depósito no está a rebosar de gasolina debido a las lesiones y el cargado calendario. Y si al final se tuercen las cosas y no llegan los títulos, muchos apuntarán al palco. Porque el Barça sigue siendo uno de los grandes transatlánticos del fútbol mundial, pero su capitán se empeña en navegar entre aguas revueltas. Porque el Barça de Flick enamora, pero su presidente no.