La celebración de Sant Jordi en Madrid invita a pensar que esta iniciativa se parece a comer paella en Londres, pero no hay que sacar conclusiones precipitadas.

Como cada año, la fiesta más bonita de Cataluña –y puede que del mundo– tendrá su cuota de protagonismo en la capital, pero, por primera vez, lo hará con un amplio programa de actividades que se realizarán durante varios días.

¿Tiene sentido tamaño despliegue? Sant Jordi es muy de Cataluña. Bonito, admirado, y puede que envidiado por algunos de otros lugares, pero muy de Cataluña. Llevar un pedacito de esta fiesta a Madrid puede salir bien o puede pasar sin más.

La intención es la siguiente. Sant Jordi fue casi lo único que quedó en pie ante las embestidas del nacionalismo catalán que partieron la sociedad en dos durante el procés, como esa torre que resiste un terremoto devastador, o esa flor que nace entre las ruinas.

Fue, en otras palabras, el hilo que mantuvo unidos a los partidarios y a los detractores de la independencia en los peores años. La fiesta no sucumbió al nacionalismo, pese a los intentos de algunos de sus actores (aún presentes, por cierto, pero mucho menores).

Y considera el Govern de Illa que Sant Jordi puede servir también para reconstruir puentes entre los catalanes y el resto de los españoles. La gran lona colocada en la Gran Vía es una clara declaración de sus intenciones (como también lo es, en sentido opuesto, la cuestionable postura del Ejecutivo en materia lingüística, entre otros asuntos de calado).

Por el contrario, lo que sí ha roto el independentismo en las últimas horas es la Casa de la Generalitat en Perpiñán, tras el cese del delegado del Govern, Christopher Person.

Person se mantuvo firme cuando defendió que su área de trabajo, por más que le interese al nacionalismo, son (o eran) los Pirineos Orientales (sur de Francia), y que lo de Catalunya Nord es un invento más del independentismo. Le ha costado el puesto.

Su salida, que el Govern ha tratado con elegancia aludiendo a razones personales, no deja de ser un triunfo para los nacionalistas, pero con matices. Todos ganan, y no hay daños.

Por un lado, Junts, ERC y la CUP se marcan el tanto de que han guillotinado a Person, de que todavía tienen fuerza pese a que están más débiles que nunca.

Y, mientras, Illa, en un arrebato de aprendiz de Pedro Sánchez, contenta al nacionalismo con esta concesión, que no es gratis, pero sí muy barata: pone en lugar de Person a un miembro de Junts, con lo que le da el mando de la institución a los posconvergentes, que pueden seguir ladrando, pero con bozal.