Nunca creí que vería a Macarena Olona en modo Iggy Pop, tratando de llegar al escenario (o a la mesa redonda en la que participaba) surfeando sobre un montón de seres humanos que no formaban precisamente parte de su club de fans y que aspiraban a impedirle que tomara la palabra en la Universidad de Granada.

Si no han visto las imágenes, les aseguro que impresionan. Un montón de encapuchados se interpone en el camino de la cesante de Vox y ella se les sube encima y los usa de alfombra roja. Sólo por eso ya merece la pena tomar partido por ella frente a esos energúmenos que tenían el cuajo de calificarse de antifascistas.

Y es que, vamos a ver, ¿quién es aquí el fascista? ¿La que sólo pretende intercambiar opiniones con sus contertulios o los que intentan impedirle que lo haga con la excusa de que es una facha de tomo y lomo? ¿Quién recurre aquí a la violencia, la supuesta extremista de derechas o los autoproclamados antifascistas?

Hace tiempo que el antifascismo español deja mucho que desear. Como detectan fascistas debajo de las piedras, nuestros antifascistas más cazurros, convencidos de que, al enemigo, ni agua, creen que es de buen tono recurrir al escrache, el berrido, el abucheo y, si se tercia, el sopapo frente a todo aquel con el que no están de acuerdo. Con la excusa de que con el fascismo no se discute porque al fascismo, simplemente, se le combate, todo aquel que, según ellos, es un fascista, no tiene derecho a explicarse ni a hablar. Y en cuanto se manifiesta en cualquier parte, hay que tomarla con él hasta que desista de sus intenciones. ¿No se dan cuenta de que esa forma de razonar y de actuar es exactamente la que ha practicado desde siempre el fascismo?

Reconozco que no sé muy bien por dónde anda, ideológicamente hablando, la señora Olona. Sé que Abascal la desalojó de Vox, que ella ha puesto verde al partido y que ahora está al frente de un partidillo (o una entelequia) que atiende por Caminando juntos. Y que iba a la Universidad de Granada a discutir con un par de izquierdistas en una mesa redonda. ¿De verdad era eso tan ofensivo para los adversarios del fascismo? ¿O es que la extrema izquierda está fabricando una especie de hooligans de la política a los que realmente les gusta es ponerse el hoodie, reventar actos, berrear y repartir estopa?

Parte de la culpa de la existencia de estos peculiares antifascistas la tienen, creo yo, partidos como Podemos o Sumar. El primer líder de Podemos, Pablo Iglesias, se dedicaba, en su época de profesorcillo de universidad, a promover escraches contra visitantes que no le caían bien (Rosa Díez, por ejemplo), lo cual le cualifica como pionero del antifascismo infame del que disfrutó el otro día Macarena Olona (Monedero y Errejón estaban tan ocupados tocando culos y haciendo el rijoso en general que no les quedaba tiempo para los boicots a presuntos fascistas).

En Cataluña, la CUP y su frente de juventudes, Arran, han disculpado o fomentado la violencia contra presuntos fascistas, que sólo lo eran en las mentes confusas de sus militantes. Nuestros partidos antisistema han dado cancha a esos energúmenos que se hacen llamar antifascistas y que, cada vez que la lían, reciben su comprensión (y la de un pequeño sector de la sociedad, contagiado por los políticos).

Flaco favor al antifascismo se le hace recurriendo a tácticas fascistas. Y, además, para hacer el bestia ya está el fútbol.