Toni Comín ha alcanzado su exitus letalis político. Desde ayer, el exconsejero catalán de Salud y exeurodiputado ya es un ciudadano de pleno derecho como usted y como yo, salvo por el hecho de que sigue siengo un fugado de la justicia mutado en amortizado de la política, a quien no quieren ni los suyos, a tenor de su trompazo en las elecciones del autodenominado e irrelevante Consell per la República.
"La consellera de Salud actual -Olga Pané- no sólo sabe, sino que sabe idear y llevarlo a la práctica", defendía ayer en petit comité un directivo del sector sanitario, que conoce, y mucho, su oficio. Pues bien, su precedesor Toni Comín (2016 y 2017) no sólo no supo, sino que alardeó de desconocimiento.
En Crónica Global le hicimos un libro cuando entró como pulpo en cacharrería en la red asistencial catalana, y él correspondió diciendo que "lo tiró a la basura". Aún debo guardar el mail. También le dio por menospreciarnos en público en las ruedas de prensa. Una vez casi nos echa de Travessera de Les Corts. Su jefe de prensa de entonces, Marc Bataller, no debía dar crédito.
Con los años, Comín basculó hacia la derecha y pasó a ser del partido favorito de la patronal sanitaria. Quién se lo hubiera dicho al niño-dios que vino a zarandear el sistema sanitario y a acometer las primeras publificaciones. De llevar la antorcha de la revolución de izquierdas con ERC (sic) pasó a engrosar las filas de los que se codean con la Unió Catalana d'Hospitals (UCH).
No tengo el placer de haber conocido personalmente a Toni Comín, pero sí le traté bastante en lo profesional. Y siempre me pareció un déspota. Se paseaba como un figurín y llegaba a decir que los hospitales eran suyos, como si de un autócrata caribeño desembarcado en Les Corts se tratase.
Reconozco que tenía alguna dote de oratoria, pero me parecía de las personas incapaces de amarrar los estribos a su propio ego, que es desmedidísimo. Cuando la gente de la antigua ERC me vendía que tenían "una figura potentísima" en Salud -me lo verbalizó así un jefe de gabinete próximo al exconseller-, mi rostro lo debió decir todo.
Comín transitó por los 2010 como si quisiera darnos lecciones a todos, y no se le recuerda una sola política con continuidad en la Consejería de Salud. De hecho, llegó, vio los calamitosos indicios de corrupción en las ambulancias catalanas y los tapó como pudo, enviando a Josep Maria Padrosa -exdirector del CatSalut- al Hospital de Olot y a Francesc Bonet -exdirector del SEM- al Hospital Transfronterizo de La Cerdanya.
Tuvieron que ser Crónica Global, los Mossos d'Esquadra y la Fiscalía Anticorrupción quienes los destaparan e investigaran unos años más tarde.
Comín ha perdido el escaño en el Parlamento Europeo, el reconocimiento de los suyos y, ahora también, los votos de los más irredentos. No puede admitir una derrota, porque ello le abollaría el ego, por lo que recurre al tan manido mantra trumpista de la alteración electoral.
Desde ayer, el electo ha sido declarado en exitus letalis político. Es tan ciudadano europeo como quien escribe, pero políticamente es mercanía averiada. Es material ideológico irrecuperable, y uno teme que ya no le queden más conejos que sacarse de la chistera u otros partidos políticos en los que militar.
Le cercan una auditoría interna que detecta presunto desvío de fondos y una investigación por presunto acoso sexual. Deseo que todo ello se aclare para que emerja la verdad: Toni Comín, además de una imagen distorsionada de sí mismo, no tuvo jamás nada que aportar en política.