A Pedro Sánchez, en las múltiples estrategias que suman su relato político, le viene de fábula tener un barón regional del partido sensato, prudente y de formas exquisitas como es el líder catalán Salvador Illa.

Al presidente le resulta fabulosa esa línea de actuación, pero su justa combinación con otras menos templadas es lo que la convierte en exitosa elección tras elección, encuesta tras encuesta.

O sea, que a Räul Blanco lo largó de Renfe el ministro del ramo, Óscar Puente. Es del todo innecesario explicarles los cometidos que el susodicho político testicular realiza para la causa de Sánchez.



El más conocido de todos ellos fue emplearse como pararrayos político en unas sesiones de moción en las Cortes que tenían por objeto desgastar al jefe del Gobierno.

Blanco era la segunda opción de los socialistas catalanes. La primera fue Isaías Taboas, Pancho, quien desde los tiempos de José Montilla deambula por el perímetro superior del PSC.



El gallego Pancho salió malparado de Renfe porque a algún ingeniero de la cosa pública se le pasó por alto que unos trenes no cabían, literal, por un túnel. Ofreció su cargo y aquí paz y después gloria. Hoy está con infraestructuras públicas en la Generalitat de Illa. El sacrificio en el altar de la deidad sanchista acabó recompensado.

El segundo candidato fue Blanco. Es un tipo listo, pero un poco correoso dicen sus próximos. Ya tuvo problemas con la ministra Reyes Maroto cuando ejerció de secretario de Estado de Industria.



Se fue medio despedido, como en Renfe. Lo cierto es que dejó buen sabor de boca en el mundo de la empresa, se conocía los planes para la automoción española y como cualquier político socialista catalán que arranca desde la base, llámese Vallès o Baix Llobregat, llevaba la lección aprendida: se iría cuando no lo quisieran.

Blanco ha puesto en orden los números de Renfe, ha competido en tiempos de liberalización de la alta velocidad y su balance no es malo.



No, salvo por una cuestión: quería hacer las cosas a su manera en una empresa que cuelga de Moncloa por participación accionarial, pero sobre todo por su importancia en la construcción de una política y de una estrategia de comunicación sobre la movilidad y el transporte público.

El ministro ha puesto a Álvaro Fernández Heredia, uno de los suyos (suyos, suyos, para entendernos), al frente. No hay más preguntas, señoría. Renfe ya es un apéndice más de la política de comunicación monclovita con independencia de cuál sea la participación del Estado en su capital.



¿A qué socialista de estos tiempos se le pasa por la cabeza que empresas como Renfe, Correos u otras de la órbita de la SEPI puedan reconvertirse, modernizarse y dirigirse como en el sector privado?



De estos tiempos sanchistas, a ninguno. Y hasta el propio Illa ha aprendido la lección: su sottogoverno en Madrid lo construirá con permiso de la estrategia única y principal del presidente. No hay traspaso de Cercanías ni tu tía que valga.

No hay que derramar lágrimas por Blanco. Los socialistas gobiernan y han conseguido que ocupe un papel destacado en Sapa, empresa tradicional del sector de la defensa con capital vasco.



Esa compañía participa de manera destacada en el accionariado de la pública Indra, ya bajo el redil público y lejos de las manos de Joseph Oughourlian (fino trabajo de un recompensado Marc Murtra).



Enhorabuena a Blanco por su fichaje en el sector privado. Lástima que su tránsito por el ámbito público sin ser discutido tampoco fue reconocido jamás a pesar de los esfuerzos realizados por el brillante catalán.

Un periodista preguntó al presidente de la Generalitat un lacónico: “¿Hemos perdido Renfe?”. A la cuestión le siguió una respuesta a modo de cincunloquio de Illa sobre las buenas relaciones que mantiene con el ministro Puente, los objetivos alineados y alguna que otra cosa sobre el sottogoverno catalán en Madrid.

Lo cierto es que Illa ha perdido Renfe en un momento especial por lo que se juega en Madrid y en Barcelona. O, formulado por perifrástica, Sánchez le quitó el mando a distancia a su barón catalán para dejar que jugara un rato el grandullón de Puente… Si servidor estuviera en el lugar del presidente catalán buscaba un Ibertren para enviarle al de Valladolid y pedirle que le devuelva los trenes de verdad, que falta harán para poner orden en un transporte ferroviario que amenaza cada mañana la gobernación autonómica.

PD: Ibertren quebró. No es un dato menor para toda una generación que crecimos con los trenes en miniatura, el Scalextric y los Exin Castillos. Dicen que los móviles atontan a toda una generación, pero fíjense el daño que hicieron las maquetas de trenes a escala entre los actuales miembros de Gobierno…