Recuerdo como si fuera ayer que, en los momentos álgidos del procés, algunos terceristas me reprochaban mi insistencia en que los líderes de la rebelión deberían ser sentenciados a largas penas de cárcel y cumplirlas íntegramente.
“Hombre, Alejandro –me decían–, bastaría con una inhabilitación que los expulsara de la política definitivamente y pasar página cuanto antes de este disparate”.
Hoy, años después del golpe al Estado de 2017, los principales impulsores del motín y sus secuaces no sólo siguen plácidamente viviendo de la política, sino que se mantienen al frente de los partidos secesionistas, a la espera de que el Gobierno de Sánchez les arregle los papeles para reincorporarse plenamente a la vida pública.
Este mismo jueves, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, máximos dirigentes de Junts y ERC, respectivamente, se han reunido en Waterloo. El objetivo era mostrar la unidad del movimiento independentista y conjurarse para volver a la carga en cuanto se den las circunstancias para ello.
Mientras tanto, el Gobierno socialista los sigue agasajando para sacar adelante los Presupuestos y encarrilar la legislatura a trancas y barrancas. Y los terceristas blanditos que hace un tiempo me aseguraban que el destierro eterno de los cabecillas era una condición suficiente pero innegociable para cerrar el procés, hoy dicen que no pasa nada por hablar con los sediciosos.
Bueno, no sólo hablar, también pactar lo que haga falta con la única contrapartida de no perder el poder.
Hasta Felipe González se echaba las manos a la cabeza esta semana al apuntar el “ridículo” supone presentar la moción de confianza como una competencia que dependiera de Puigdemont, cuando es una prerrogativa presidencial. Pero lo cierto es que, aunque los responsables del alzamiento ya no controlan la Generalitat, el Gobierno de España depende de ellos más que nunca.
Algunos pensaban que, cuando los secesionistas dejasen el Govern, por fin se gobernaría también para los catalanes constitucionalistas, que se tendrían en cuenta sus demandas. Pero va a ser que no.