Bienvenida al mundo, Nayeli. El primer bebé del año en Cataluña y el resto del país llegó ayer al hospital Parc Taulí de Sabadell, un centro sanitario que los que hemos visitado queremos y apreciamos, pesando 2,2 kilos y con un nombre zapateco, variante zapateca de nadxieelii, que significa te amo.
Como es habitual en estas fechas, la pequeña y su espléndida madre, Juana, recabaron las felicitaciones de los medios de comunicación y las instituciones, así como el cariño de muchos internautas. Vaya por delante también el afecto desde esta columna.
Pero el alumbramiento de Nayeli despertó el germen del mal, el de los almogàvers de X que, encaramados al púlpito de la presunta superioridad, se arrogan la capacidad de decidir quién es catalán y quién no lo es.
No es algo nuevo: ya pasó en 2023 y 2024 y este año también se esperaba la habitual ola de odio. Ayer, con la pequeña, también llegó. Minoritaria como siempre, sí, pero emitiendo con más decibelios de lo habitual.
Y lo más preocupante: acompañada de los discursos filosófico-funcionariales de aquellos que justificaban la presunta no catalanidad, o no españolidad, del primer bebé del año. "Tened más hijos", apremiaban los funcionarios del régimen de los guerreros del teclado.
Eso es, precisamente, lo peligroso. Lo preocupante no es que medren en la sociedad corrientes populisto-xenófobas, y que éstas utilicen X como vehículo de transmisión. Pues la algarabía xenófoba es algo con lo que las democracias ya se han acostumbrado a convivir: sabemos que existen y que gritan mucho, pero que son incapaces de resolver los problemas más complejos con sus soluciones pretendidamente efectistas. Véase el norte y Centroeuropa. Lo inquietante es que se trate de racionalizar el odio, que se trate de imprimir una pátina de argumentación a los instintos más bajos.
Es algo que mostraban ayer algunos internautas titulados, licenciados y doctorandos. Acaso asalariados con antiguedad, profesionales liberales o pequeños empresarios. No se trataba de vomitar odio, sino de justificarlo apelando a aquel constructo latín o aquella idea política decimonónica. Ya no eran, pues, exaltados almogàvers de X, sino respetables ciudadanos y, a la sazón, potenciales funcionarios de un régimen racista que jamás verá la luz. Mujeres y hombres cuya máxima aspiración sería llevar traje y corbata y sellar el documento de salida del país esta persona o aquella por "no pertenecer a la comunidad". Nada les insuflaría mayor satisfacción vital.
Son, negro sobre blanco, candidatos a encarnar la banalidad del mal, como describió Hanna Arendt a los mandos intermedios del régimen nazi que colaboraban con el perverso sistema desde la más absoluta indiferencia. La maquinaria del odio. El engranaje de la abominación.
Parte del sumidero de X volvió ayer a dar una amarga bienvenida a los primeros bebés catalanes de 2025, incluida Nayeli. La mayoría, que a menudo es más silenciosa de lo que debería frente a los exaltados, celebró la buena nueva y felicitó y arropó a la familia.
Valga esta humilde columna para sumarse a estos últimos frente a los que aspiran a ocupar una anodina silla en los despachos de la ira.