De un tiempo a esta parte, en especial desde que los progres tocan el poder, aumenta la sensación de que ciertos gobernantes quieren cargarse las tradiciones navideñas.
Reyes Magos que son Reinas, cabalgatas menos religiosas y más interculturales, alumbrado inclusivo o neutro, eliminación o reinterpretación del pesebre… y hasta fiestas anti-Reyes. Son diversas las muestras de este postureo que va calando… o no.
Bajo la premisa de que nadie se sienta excluido en estas fechas, con mensajes cargados de ideología y mucha tontería a cuestas, algunos políticos pretenden integrar en estas tradiciones a quienes, en gran medida, no las celebran, porque tienen otras (que nosotros tampoco celebramos). Pero todo es una pose a la que hay que estar atento.
La realidad es que estos gestos son minoritarios, como el número de personas al que van dirigidos, aunque cuando suceden en grandes ciudades, como Barcelona, tienen mayor impacto. Porque, en el otro lado, las tradiciones y los símbolos no solo se mantienen, sino que se refuerzan.
Ocurre este año en el Parlament, donde, por primera vez, el tió acompaña al belén y al árbol de Navidad. O en las casas, donde no se percibe ningún feo a estas fiestas tan arraigadas. Por no hablar de la cantidad de ferias y actividades navideñas que hay por todo el país, los pesebres vivientes y los Pastorets.
Además, son numerosos los pueblos catalanes que cuentan con personajes propios en estas fechas, y que en esta ocasión vuelven a salir a las calles, como siempre ha ocurrido.
Son, por ejemplo, El Llaminer de Sabadell, los Minairons de la Seu, el Patge Faruk de Igualada, la Fada Estrella de Deltebre, el Patge Xiu-Xiu de Terrassa, y la Senyora Neula y el Senyor Galet de Llinars. Por mencionar algunos.
Nada desaparece mientras haya quien lo mantenga. Y nuestras tradiciones, aunque algunos no lo quieran, están más vivas que nunca.