Andan preocupados dos de los principales impulsores del nacionalismo catalán porque el considerable aumento de la inmigración hace tambalear su proyecto identitario. Ya se sabe: el de fuera siempre tiene la culpa de todo para la gente con estas ideas.

Hace unos meses, la Generalitat de Pere Aragonès ya señaló a los inmigrantes como los responsables del nefasto rendimiento académico en Cataluña, reflejado en el informe PISA. ¡Pero aquello no era nada en comparación con el riesgo que suponen estos nouvinguts para la supervivencia de todo un país, una lengua y una cultura!

Jordi Pujol, ese hombre que basó su proyecto en la construcción nacional, con la pretensión de integrar (adoctrinar) a los inmigrantes con ayudas sin más explicación que sumarlos a su causa, alza de nuevo la voz –como ya hizo antes, y como hacía su difunta señora– contra el peligro al que se enfrenta la Cataluña catalana si no se ponen todos los medios públicos para que los extranjeros hablen catalán, bailen sardanas y preparen el mejor pa amb tomàquet del mundo. Que sean del Barça es más sencillo. Pero no sabe ni por dónde empezar.

El padre de la patria está obsesionado con que se “mantenga la catalanidad”. Eso lo tiene claro. De lo contrario, los catalanes de pura cepa (¿queda alguno?) serán minoría y quedarán “en situación de marginalidad”. Una marginalidad a la que se verá abocada toda España, pero será más acusada en Cataluña, pues aquí, ya se sabe, tenemos la cuestión “identitaria”, en sus palabras. Y eso no lo puede permitir, no quiere ver cómo se derrumba su gran obra.

No está solo en esta guerra contra el invasor. Desde el otro lado del soberanismo, Oriol Junqueras está desesperado en la búsqueda de “referentes compartidos” con los que eixamplar la base. Destaca que la población catalana ha crecido un 33% en 20 años, pero lamenta que haya sido gracias a (o por culpa de, parece decir) la inmigración. El crecimiento vegetativo “de los que ya estaban” (sic) es negativo o se acerca a negativo.

Sabe bien que la construcción del relato es capital para su objetivo, aunque, para ello, se necesitan esos “referentes compartidos”. Pero resulta que el bueno de Junqueras se ha dado cuenta de que Omar, Danna, Fátima y Dylan no tienen ni idea de quiénes fueron Lluís Companys ni Jaime I, tan importantes para él. “Si no hay referentes compartidos, ¿cómo construyes un discurso compartido?”, reflexiona. Así que hay que “encontrarlos” o “construirlos”, y para ello pide la colaboración de TV3 y otros medios de comunicación de su cuerda. Esta es la realidad.

No hay que olvidar que el encaje de bolillos que pretende este nacionalismo tiende al imposible. Por un lado, puestos a elegir, prefiere para su plan la inmigración africana, pues le es más fácil inculcarle el catalán. Por el otro, no se da cuenta de que, si la cosa va de referentes compartidos, lo tendrá más sencillo con los llegados de Hispanoamérica. De todos modos, no deja de ser curioso que se pretenda hacer con el inmigrante lo mismo que estas personas denuncian que hizo la malvada España allende los mares: evangelizar al indígena/nouvingut (aunque los propósitos de una y otros son bien distintos). El tiempo lo pone todo en su sitio.